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¿Crisis del libro? Pasión lectora y la conquista de lo inútil

Para cuando leas esta nota, toda estimación que hayamos hecho del precio del dólar va a estar vieja. Lo mismo les pasa a libreros, imprentas y editoriales. Desde 2017 que el precio de los commodities no hace más que crecer y las últimas semanas post-electorales dispararon los precios de todo. Entre ellos el precio del papel, que se vende al mismo monto en el mercado local que en el internacional y aumentó un 150%, por encima de la inflación.

En este contexto hostil, las editoriales independientes vienen desarrollando maniobras, mecanismos y estrategias para mantenerse a flote y seguir, como una rueda que se autoalimenta, publicando títulos año tras año; mientras tanto intentan resignar lo menos posible su misión literaria, y sueñan con, en algún momento, consolidar una visión de mercado.

Un contexto signado por la incertidumbre y la reinvención

Consultados por Revista Truman, Damián Luppino y Lila Hassid, de Omnívora Editora, señalan uno de los problemas más representativos: “El precio del papel viene siendo un tema cada vez más serio y complicado para la industria editorial. En el país hay solo dos empresas oligopólicas fabricantes de papel ahuesado, que es el que se usa para el interior de los libros y a esto se le suma la dificultad de importarlo. El porcentaje de aumento del papel en lo que va del año 2023 duplica la inflación general del país y en los momentos de mayor producción, como antes de la Feria del Libro, suele haber desabastecimiento, lo que provoca una mayor subida del precio”.

“Eso viene pasando hace dos años”, dice Denis Fernández, que desde 2015  lleva adelante editorial Marciana: “No es ahora porque subió el dólar post PASO. Incluso transcurrió la FED pasada, pasó todo el año previo a la FED del año pasado, desde que hubo devaluación fuerte en 2021. Cada dos meses es saber que el presupuesto que vos pedís tiene un aumento por lo menos del 20%”. Las imprentas y las editoriales son de alguna forma aliadas en lo que respecta a mantener a la industria funcionando. La continuidad de los catálogos se da, también, gracias a negociaciones que permiten seguir a todos en camino. Pero la planificación se da a corto y mediano plazo.

Porque además del problema de los costos, existe el problema de la disponibilidad. Para Andrés Beláustegui, de Compañía Naviera Ilimitada, si bien pensar a largo plazo es un requisito fundamental para poder llevar adelante la editorial (y de esa manera tener en cuenta los futuros aumentos y la incertidumbre del mercado de los libros), debe al mismo tiempo tomar decisiones de último minuto día tras día. “Yo trato de pensar a mediano plazo”, dice Andrés, “y quizás por eso, por pensar a mediano plazo, es que no me mando a seguir publicando a la misma velocidad que publicaba hace un par de años atrás”. Porque no sólo se estiman aumentos constantes en el precio del papel, sino que, además, “después sucede que no fabrican los formatos que uno necesita. Fabrican uno solo y arreglate con ese. No me venden porque no se fabrica, entonces tenés que esperar a que aparezca, y a fin de mes va a ser otro precio”.

“Históricamente”, concretan Lila y Damián, “en el costo de producción de un libro, el papel ocupaba el 30%, pero en la actualidad, la suma del papel de interior y de tapa, representa más de un 50% del costo. Esta situación se arrastra a los precios de los libros que llegan muy caros a las librerías, y en un contexto inflacionario como el actual, las editoriales buscamos bajar los márgenes de lo recaudado lo más posible para que no se frenen las ventas”. Al fin y al cabo, reducir las tiradas implica, también, llegar con menos cantidad de ejemplares a las librerías.

“La editorial la planeamos en 2017 y publicamos el primer libro en 2018”, cuenta Andrés: “Todo el plan que habíamos hecho en 2017 lo tuvimos que tirar. Porque fue el momento de la mayor crisis del gobierno cuando estaba Macri. Devaluación, pérdida de poder adquisitivo. Fue un caos eso. Porque depende todo de la macro, más allá del papel que es muy puntual y claro. Y la verdad es que la gente, en la economía general, viene desde 2018 para acá perdiendo poder adquisitivo”.

En ése sentido, tal vez hayan notado que el tamaño en cuanto a cantidad de hojas en las publicaciones se fue reduciendo en los últimos años. Lo que hace una década se concebía como una edición de tamaño común (más de doscientas páginas) es hoy toda una apuesta. “Una cantidad abultada de páginas implica un costo abultado de manufactura”, remarcan desde Omnívora, “por ende un precio mayor para la persona que pasea por la librería decidiendo su proyecto de lectura para los próximos meses. ¿Gastará catorce mil pesos en alguien que no conoce prácticamente de nada? ¿Dónde está el límite con el que se arriesga a conocer un nuevo autor o autora? ¿En los cuatro mil pesos?” De la misma manera para Denis, que piensa su plan editorial de la forma más estratégica posible, la idea de publicar un libro de 275 páginas (como hará junto a su socio en los próximos meses) se le antoja demencial: “Para nosotros es una locura porque no queremos vender un libro a 7 mil pesos, pero pensar que de imprenta solamente nos sale mil ochenta pesos cada ejemplar y no tenemos margen para perder plata. Una gran novedad puede estar arriba de las 12 lucas”.

A diferencia de los grandes sellos, las editoriales independientes tienen un margen de pérdida mucho menor en cuanto a presupuesto. Para algunas, es nulo: “Nosotros ahora no nos podemos dar el lujo de publicar un libro que sabemos que no va a vender”, confiesa Denis: “Las editoriales grandes sí, y lo siguen haciendo mes a mes. Nosotros vamos armando libro a libro a medida que vamos avanzando, entonces si bien tenemos un plan anual armado, varía mes a mes. Si yo hoy mando un título por 1500 ejemplares por ahí el mes que viene tenga que hacer mil porque no me alcanza. Nosotros no podemos perder nada, porque si perdemos el año que viene imprimimos un libro menos”.

La FED y un público fiel que sale a buscar libros de buena calidad

En la Feria de Editores, evento que se realiza desde 2013 y nuclea a más de 300 sellos nacionales e internacionales bajo un criterio de selección que privilegia la calidad editorial, se da un fenómeno que para nada puede replicarse en la Feria del Libro de Buenos Aires. Cual pueblo (cada vez menos) chico, uno transita los pasillos nominados por personalidades de la cultura local (a los que este año se agregó, en merecido homenaje, la figura del editor, escritor y crítico recientemente fallecido Luis Chitarroni), encontrándose con autores, editores, y personalidades que se reconocen entre sí. La comunión entre quienes hacen los libros y quienes los leen es mayor año tras año. Las editoriales independientes establecen alianzas y lazos para pensar cosas con otras personas, lo cual se nota en el clima general.

En cuanto al panorama literario actual, desde las tres editoriales coinciden en que existe un contexto muy adverso, al que se le impone un sector robusto a fuerza de motivación y bien traccionado por un público fiel y atento a las novedades editoriales: “Está complicado por el tema económico”, cuenta Denis, “y al mismo tiempo saludable por un tema más que nada de principios editoriales o de continuación de proyectos. En la última FED más de la mitad de las editoriales llegaron con novedades. El mercado y el ambiente se siguen renovando, sigue habiendo editoriales nuevas, sigue habiendo editoriales que apuestan por esto”.

Según datos oficiales, la última edición de la FED congregó a 22.000 personas (y algunos consultados por Revista Truman estiman que, a ojo, fue mucha gente más). Además de ser un encuentro para conocer mano a mano a artistas y editores, es, para la gente que lee, la excusa perfecta para volver a comprar: “Me llamó la atención que muchas personas que pasaban por la FED me decían que la última vez que habían comprado un libro había sido en la FED anterior”, dice Andrés, “eso también explica la caída de venta en librerías. La gente no está comprando libros y aprovecha un momento al año para comprar”.

Como cada año, editoras y editores opinan que la FED se sigue superando: “Sigue siendo para nosotros el evento del año”, dice Denis, “y creemos que no tiene precedentes a nivel mundial y no lo va a tener nunca. No hay una feria en el mundo del libro como la FED”. Denis agradece al enorme ecosistema que forma lo que es hoy prácticamente un movimiento mancomunado en pos de publicar, difundir y leer: organizadores, trabajadores de la feria, bookfluencers, libreros, las librerías que vienen a llevar libros y, por supuesto, a los lectores: “Somos muy afortunados de tener gente que viene y hace fila para comprarte un libro”.

Para Lila y Damián, las estimaciones también son alentadoras: “A pesar de todos los desafíos recién descriptos, vemos que la industria argentina del libro sigue siendo muy potente, con potenciales lectores interesados en las novedades, que asisten a ferias y librerías y que muchas veces apuestan por editoriales más pequeñas, que saben que tienen catálogos muy cuidados y de calidad. La FED se convirtió en la respuesta, herramienta y respuesta colectiva a esta crisis”.

Lila y Damián festejan las ventas, pero no dejan de señalar el elefante en el galpón del Complejo Art Media: “El problema sigue siendo que aunque se venda más, si al otro día se dispara el dólar y aumenta el precio del papel y los insumos, el dinero que se recaudó en la feria no alcanza para seguir imprimiendo libros. En esa estamos”.

Más allá de las astucias y estrategias

Andrés señala algunas cuestiones que pueden apuntalar al sector. Las soluciones son evidentes: Mejorar el poder adquisitivo de la gente para que no tenga que hacer tantas cuentas al entusiasmarse con un libro (o directamente renunciar de lleno a él) es una de las ellas, pero hay también políticas a largo plazo fundamentales para sostener esta industria y esta importantísima porción de la cultura que es la literatura: “El primer punto es, para mí, hacer algo ahí con la producción y venta de papel”, dice Andrés: “Cuando el poder adquisitivo baja, se nota en los libros. Y después, más a largo plazo, hay que reforzar el lugar de los libros y la lectura, principalmente en las escuelas y después en el resto de la sociedad”.

La FED es el momento del año que permite a las editoriales renovar sus promesas para el ciclo que viene. Pero las iniciativas de compra de libros por parte del gobierno nacional son también fundamentales. De todas formas, dice Andrés, “lo ideal sería que el Estado regulara de alguna manera la producción y venta de papel para libros, porque la gran parte del margen del sector editorial se la están llevando las papeleras. En estos meses, el Ministerio de Educación de provincia y de nación hicieron compras grandes de libros y la mayor plata va al papel. El Estado está pensando en hacerles llegar libros a los chicos de los diferentes niveles de las escuelas, pero no necesariamente en una promoción de la industria editorial. Que gran parte de ese beneficio del Estado comprando libros se lo lleve la papelera, no sé si está bueno”.

Cuando consultamos acerca de si el escenario futuro sigue siendo “esperanzador”, la palabra los impacta. En seguida la sacuden y se la sacan de encima, como acostumbran a hacer con cada dificultad que se presenta en el contexto económico: “No es que va a desaparecer la editorial, sería catastrófico pensar así”, dice Denis, “pero nosotros tenemos que sacar dos libros, ahora porque si yo freno eso, rompo el plan editorial del año y tengo que atrasar los libros. Aunque tampoco sabemos qué va a pasar después de octubre”.

En este sentido, editoras y editores ponen en marcha estrategias que aprendieron tras años de presencia en el sector, para mantener un equilibrio entre aquello que tracciona las ventas (y en lo que siempre confían por su calidad artística), y los textos poco conocidos o menos afectos al mercado actual que buscan introducir al público: “Hay libros que sabemos que se pueden vender más y otros que los editamos porque nos interesa que formen parte de la constelación de nuestro catálogo aunque a priori pensamos que no van a tener tantos compradores”, detallan desde Omnívora: “Vamos haciendo equilibrio, pero nuestra apuesta está en editar libros que nos interesen, que nos gustaría a nosotrxs leer y no en seguir modas de consumo”.

Marciana se acopla a los vaivenes del año rediseñando el calendario: “Por suerte tuvimos una novedad en agosto que está llegando recién ahora a librerías”, comenta Denis, “pero si el último libro lo hubiéramos sacado en mayo o en abril, eso perjudicaría a los ingresos de la editorial, porque nosotros cobramos, por ahí un libro que vendimos en abril lo estamos cobrando recién ahora, cuando ya hay una devaluación”.

“Este año ya publicamos tres libros, que son de tres autoras femeninas. María José Navia, Ariana Harwicz y Laila Martínez. Carcoma, que es una novela que en España tuvo un boom de ventas en la primera edición (que pasó algo similar a lo que pasó acá con Cometierra). Entonces nosotros, a finales del año pasado, cuando empezamos a armar el catálogo para este año, pensamos en cómo administrar esos cinco libros que íbamos a publicar. Una de las ideas era dejar uno de los libros más fuertes, que era justamente Carcoma. Es un libro al que apostamos mucho, teníamos pensado publicarlo a fin de año, pero en un momento entendimos que para nosotros para poder llegar a ese momento, sabiendo que había elecciones… Los primeros tres libros tenían que ser los que nos den el dinero suficiente para poder imprimir los otros dos que nos quedan a fin de año”.

A la conquista de lo inútil

La misión de las editoriales independientes es clara, porque nadie parece vivir de los libros que publica. De hecho, el secreto parece ser vivir de otra cosa. Porque, al fin y al cabo, lo que identifica a las editoriales independientes parece ser que es su principal objetivo: publicar los libros en los que creen. “La misión es seguir haciendo libros buenos, de calidad, que nos gusten y que aportan algo, que interpelen a los lectores”, destacan Damián y Lila. “Nuestro objetivo es a largo plazo y por eso no queremos poner en juego lo que nos representa como editorial”.

Pero, para esto, se necesita un equilibrio entre la pasión y el mercado que, además, garantice una tirada mínima de libros que hagan presencia en las librerías: “Siempre tratamos de mantener la misma cantidad de ejemplares”, dice Andrés, “porque tenemos una dinámica de distribución que necesita de cierta cantidad de ejemplares para que los libros lleguen a todas las librerías a las que llegan hoy. Si yo mañana mando a hacer 500, la distribuidora me va a decir que no le alcanza para llevar los libros a las mismas librerías”.

“En momentos así las editoriales mayormente se van a sostener por la vocación de los editores de seguir haciendo libros”, dice Andrés. Pero enseguida aclara: “Eso no está bueno. No está bueno que sea tan difícil armar un proyecto sustentable. No puede ser todo un acto de fe y no tener ni siquiera una visión u horizonte mínimamente de rédito, de mercado, de hacerla crecer”.

En Omnívora dejan claro que la visión de fondo sigue fundamentada en el ideal: “Nuestro plan es un poco, a lo Herzog, ir a la conquista de lo inútil: seguir trabajando, pensando y publicando nuevos libros”.

Tal vez la respuesta más taxativa es que editoras y editores no tienen otra opción más que seguir publicando porque, precisamente, la literatura no sirve para nada más que para crear literatura. O, como diremos algunos, para salvarnos la vida.

“Muchos hacemos libros porque nos gusta hacer libros”, sintetiza Denis.

Elías Fernández Casella es lector, licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la UBA y escribe para no enloquecer. El Pulso, editado por @promesaeditorial, es su primer libro. A veces publica videos en su canal de Youtube, Fechorías Inofensivas.