Truman Mag

Revista de Ideas

Ficción

A un puente de distancia

Un llanto acongojado despierta a Pedro de un sueño profundo. Todavía tiene en su retina la imagen vívida del caballo sobre el quirófano con la carne de la pierna a la vista. La instrumentadora es su madre. Levanta su torso, sacude la cabeza. Felipe grita desde su habitación. Lo llama. Pedro va a su cuarto, el nene llora al verlo. Se sienta a su lado en la cama, lo abraza, le dice que tuvo una pesadilla y se da cuenta de que Felipe está transpirado y muy caliente.

—Quiero ir con mamá.

Pedro intenta no profundizar en las explicaciones. Le dice que es tarde, que le va a dar el remedio para la fiebre, que intente dormirse, que al día siguiente podrán hacer una videollamada. Felipe vuelve a llorar.

 —Videollamada, no. Quiero estar con mamá.

Pedro sale del cuarto y vuelve al instante con una tapita de plástico llena de un líquido rojo fluorescente. Le dice a su hijo que tome el remedio. Felipe acata, le gusta ese sabor artificial a frutilla. Además, sabe que entonces llegará el caramelo de dulce de leche que acostumbra a darle su papá como premio. Pedro le pide que lo guarde para el día siguiente, así no tiene que lavarse los dientes de nuevo. Felipe insiste.

—Papi, quiero irme con mamá.

Pedro sabe que tiene que dar alguna explicación más, pero tiene sueño, está cansado. Vuelve sobre las palabras que ya le dijo una y otra vez. Hay un bichito, un virus nuevo en el planeta, no hay remedio para que las personas nos defendamos y la única solución hasta ahora es quedarnos en nuestras casas.

—Ya sé del bichito, pero yo quiero estar en casa con mamá. Esa también es mi casa. Otro día vuelvo y estoy acá con vos.

Pedro le dice que sí, que ya va a poder ir a su otra casa. Felipe patalea, mueve los brazos, se pelea con infinitos microbios y bacterias que están en el aire, contra los que sabe que puede defenderse. Pedro quiere gritar él también y llorar. Por qué carajo tuvo que cerrarse la frontera provincial mientras Felipe estaba con él. Por qué tenía entonces que lidiar entre el vínculo inquebrantable de su ex mujer con su único hijo de cuatro años. Se las había ingeniado para jugar, cocinar, limpiar, hacer compras y seguir trabajando, sin poder ver a los amigos sin descansar ni liberarse, tomar un vino, fumar un porro, coger con Paula. Felipe sigue llorando. Pedro sin pensarlo más llama a la madre.

Mariana atiende sobresaltada, pero con voz de dormida. Pregunta qué pasa, si Felipe está bien.

—Mamá quiero irme con vos.

Mariana le explica con voz dulce que no se puede porque ella está en Cipolletti y él en Neuquén, y el presidente dijo que por unos días no se podía cruzar el puente, que ya van a estar juntos. Mariana le dice que se duerma.

—Tengo fiebre. Quiero que me cuides.

Mariana se altera, cambia el tono de voz. Le pregunta a Pedro qué está pasando, por qué no le avisó antes. Pedro le responde que después hablan, que ahora está intentando que Felipe se calme y se duerma, que ya tomó el remedio y va a estar mejor. Ponele paños fríos, dice ella. También le dice a Felipe que cierre los ojitos e intente pensar en cosas lindas, que cuente estrellas imaginarias como hacen siempre que pueden tirarse juntos en el jardín a mirar el cielo. Felipe sigue llorando. Pedro se aleja con el teléfono, sale de la habitación. Le dice susurrando bronca a Mariana que lo ayude, que no embarre la cancha que no puede más, si quiere que pida un permiso en la Justicia y lo vaya a buscar, que le haga una denuncia, pareciera que él tuviera la culpa de que exista una pandemia. Ella le dice que de la pandemia no, pero de vivir en distintas provincias, sí. Él le reprocha que ella se fue. Ella le dice que no va a hablar de eso a las tres de la mañana. Mariana le dice que le lleve a Felipe sí o sí, si no los dejan cruzar el puente, ella lo espera del otro lado. Recuerda que las hijas de Ernesto cruzaron a pie. Pedro grita que las hijas de Ernesto son adolescentes y que Felipe tiene cuatro, no puede creer que pretenda que su hijo cruce solo. Ella le dice que sabe perfectamente cuántos años tiene su hijo y también que necesita estar con su mamá. Mariana pide que vuelva a la cama con Felipe. Cambia el tono para hablarle. Le dice que papá y mamá le van a cantar una canción para que se duerma y que cuando se despierte, después de desayunar, van a estar juntos. Se lo promete como que se llama Mariana. Felipe deja de llorar y asiente. Mariana empieza a cantar, Pedro la acompaña: Ya la luna baja en camisón/ A bañarse en un charquito con jabón/ Ya la luna baja en tobogán/ Revoleando su sombrilla de azafrán. Cantan a destiempo, con la voz metalizada que atraviesa los teléfonos. Felipe cierra los ojos, cuenta estrellas imaginarias del cielo patagónico. Pedro y Mariana comparten una sonrisa. Mañana te llamo, le dice Pedro. Mariana le advierte que Felipe no se va a olvidar. Tenemos que hacerlo, no le podemos fallar. Pedro corta, vuelve a la cama. No sabe cómo hacer para recuperar el sueño en el que él también tiene a su mamá. Ojalá estuviera a un puente de distancia de volver a verla, dice en voz alta. Cierra los ojos y duerme.

Felipe se levanta y ve a su padre tomando café en la cocina. Pedro lo saluda, le pregunta cómo durmió, le dice que le va a preparar la leche.

—Hoy vamos para Cipolletti, ¿no, papi?

Pedro y Felipe suben al auto. Llaman por altavoz a Mariana, Pedro le dice que llevan todos los papeles para poder convencer a la caminera. Seguro que al verlo tan chiquito te van a dejar acompañarlo, le responde del otro lado del teléfono Mariana. Estoy saliendo, los espero al otro lado.

Llegan al puesto de policía caminera de Neuquén. Hay un retén. Una fila larga de autos esperando para pasar. Cuando le toca el turno a Pedro, le explica al policía que el nene quedó con él, pero su madre vive en Cipolletti. El policía le dice que, se sabe, por disposición del ejecutivo, eso es imposible. Le contesta con la grabación automática que repite una vez tras otra, tal como lo estipula el Decreto de Necesidad y Urgencia 297/2020 del día 20 de marzo, salvo en casos de personal esencial, no está permitido cruzar los límites geográficos de las provincias. El tono seco parece que se impregna en los modos de hablar de la gente que nació y vivió siempre en esas tierras. Pedro insiste en que su hijo necesita ir con su mamá, Felipe llora sentado en su sillita en el asiento de atrás. El policía intenta no mirar al niño, pero lo oye. Responde que ya informó lo que era necesario, que por favor circule. Pedro sale de la fila, pega la vuelta y estaciona. Llama a Mariana, le dice que no lo dejan pasar. Ella dice que está llegando, que va a intentar pasar ella. Con las madres no se jode, sostiene. Le dice que ya lo vuelve a llamar, que se queden ahí. Felipe grita. Pedro se corre el tapabocas para pedirle que tenga paciencia. Le pone unos dibujitos en la tablet mientras esperan. Mariana llama a los diez minutos. Se va a acercar el jefe de la caminera de Neuquén, que está hablando con el de Río Negro, lo van a dejar pasar a Felipe. Pasame con él. Estamos en altavoz, explica Pedro. Mariana le dice hijo, vas a tener que ponerte la mochilita y caminar todo derecho, siempre recto, no pasa nada. Abajo está el río Neuquén, en el que nos bañamos. Es bueno y nos gusta. Nos refresca en verano. Pero vos caminá derechito, contá las ventanitas de los costados o cantá “Perro salchicha” que del otro lado voy a estar yo, mamá, te voy a estar esperando, ¿sabés, hijito?

—Sí, mami.

Pedro baja del auto a Felipe, le pone la mochilita al hombro. Se corre el tapabocas de nuevo. Le da un abrazo y un beso. Le dice que lo quiere mucho.

—Yo también.

Pedro intenta convencer de nuevo al policía para que lo deje cruzar. No, le responde. Proceda, dice. ¿Puedo ir? No. Al menor. Pedro se agacha para hablar con Felipe, voy a estar atrás tuyo hasta que llegues con mamá, cualquier cosa, volvés. Llama a Mariana, Pedro empieza a relatar el paso a paso de Felipe. Mariana le dice que se calle, que la pone nerviosa, que le avisa cuando lo vea. Felipe camina. Se quedan conectados, se oye el viento en la llamada.

—Perro sal-chi-cha-gor-do-ba-chi-cha. No te tengo miedo, bichito. No te tengo miedo. Voy con mamá. Papá me cuida.

Pedro ve a Felipe darse vuelta, lo saluda. Intenta disimular su llanto. Ve a su hijito ínfimo ante las bardas, el río, la precordillera que asoma mostrando la inmensidad de la naturaleza, el puente construido con maestría por los hombres parece pequeño, pero más pequeño es el hombrecito ante un virus insignificante que paraliza sus vidas. Pedro llora con espasmos. El policía, a dos metros reglamentarios de distancia, le dice que el nene está bien, que va a estar bien. Qué cruda que es la realidad, dice el policía. Son quinientos metros, cinco cuadras, como del casco de estancia al establo, como desde mi cuarto al trabajo de mamá. Los caminaba a su edad yo también, dice Pedro en voz alta. ¿Cómo?, le pregunta el policía. El viento patagónico nos hace sentir que somos sordos, pero es porque aturde, piensa Pedro. No oí lo que me dijo, dice el policía. Nada, no dije nada, responde Pedro.

Mariana ve a su chiquito que empieza a aproximarse, le dice a Pedro ahí lo veo. Lo voy a filmar, Pedro le dice que no le grite. Mariana lo filma. Deja de escuchar a su ex. Vamos mi chiquito, vamos. Velloncito de mi carne/que en mi entraña yo tejí/velloncito friolento/duérmete apegado a mí. Mariana te estoy escuchando, dice Pedro. Felipe que viene cantando “El pichón pía con energía/Dice “Mamá te ha fa-lla-do el radar”, también grita:

—Mamáaaaaaaaaaaa.

Arrastra la mochila contra el asfalto mientras corre. Y de golpe se queda quieto, se asusta al escuchar las voces de dos nenas que se acercan con pañuelos atados a la altura de sus narices. Hablan distinto, pero lo saludan y él entiende. Una de ellas extiende su mano morenita y Felipe la agarra fuerte y también la otra mano que es igual de morena pero más chiquita. Las nenas caminan con Felipe hasta Mariana. Mariana abraza a su hijo, las nenas sonríen y pasan de largo. Nadie las espera. Mariana no repara en ellas. Felipe se aparta de Mariana y le dice:

—Llevemos a las nenas con su mamá.

Mariana se sorprende por el pedido de Felipe. Le corta el teléfono a Pedro y les chista. Desde donde está les pregunta a dónde van. Las nenas no le responden y empiezan a caminar más rápido. Se alejan. Felipe les chista también imitando a su mamá. Le nena más chiquita frena, lo mira y la más grande la agarra y tira. Las dos siguen su ruta. El policía de la caminera de Río Negro le hace un gesto a Mariana para que circulen y sacude con su mano pesada la cabeza del nene. Ella alza a su hijo y lo sube al auto.

Unos metros adelante, Felipe ve por la ventanilla a las nenas que caminan a la vera de la ruta. Las saluda, ellas le sonríen y le responden el gesto con timidez. Mariana acelera. Felipe respira profundo y habla:

—Le tienen miedo al bichito, eso debe pasar o capaz, como papá, no tienen mamá.

Inés Kreplak es licenciada en Letras y magíster en Derechos Humanos y Democratización para América Latina y El Caribe. Publicó la novela Confluencia (Alto Pogo, 2017), el libro de cuentos Mirar al sol (EME, 2021) y los libros de poemas La ilusión de la larga noche (Santos Locos, 2019, Sincronía editorial, 2021, Isto Edições, 2023) y Otras pieles (Santos Locos, 2022). Participó de las antologías Liberoamericanas (Liberoamérica, 2018) y Les poetas. Premio Poesía Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (Gog & Magog, 2019) y Planta a planta comienza la tierra. El sijo coreano. (Hwarang,2023). Obtuvo la beca 2020 en edición del British Council para participar del programa Elipsis en Colombia. “A un puente de distancia” ganó el segundo puesto en el certamen literario Osvaldo Bayer 2020.