2006
Salimos corriendo y a los tumbos de la fiesta del SIC. Ya son casi las 12, el horario matiné está por terminar, pero el rumor de que le quieren pegar a algunos de los nuestros hace que corramos. “Los nuestros” vendría a ser el grupo grande y amorfo de los pibes del colegio; ellos son un grupito del club Alumni un año más grandes. Varias fracciones de cuerpo más grandes. Nunca me meto en estos temas pero el rumor de la general es fuerte y tengo miedo de ligar una piña de rebote. Por eso corro sin dudar y salgo de la fiesta y doblo a la derecha por la colectora, en dirección al restaurant Cosecha, la rotonda de la Avenida Sucre y la calle Blanco Encalada. Veo a algunos de los míos más adelante encarando por Sucre y acelero para alcanzarlos. El miedo se disipa de a saltos agigantados mientras me concentro en respirar por la nariz y no por la boca que me va a hacer doler el bazo. El miedo se transforma en una adrenalina buenísima y a medida que me acerco a los pibes me empiezo a reír y entre la risa suelto:
–Qué cualquiera todo esto.
Los pibes se ríen también y uno pregunta a quién le querían pegar. El otro dice que no sabe, que vio que un par corrieron y corrió. Nos reímos mientras empezamos a trotar y doblamos por la calle Don Bosco, que bordea el golf de San Isidro. Cada tanto miramos para atrás y vemos acercarse a más de los nuestros. Nos reímos más. Pasadas cuatro o cinco cuadras aflojamos definitivamente el paso y empezamos a caminar. Los de atrás nos alcanzan. Uno dice:
–Boludo, casi nos matan.
–¿Quién?
–Los de Alumni.
–¿Pero los viste?
–No.
Nos quedamos en silencio mientras recuperamos el aire caminando por el medio del asfalto. Así se camina en San Isidro. Me llega un mensaje de texto de Rorro que dice:
–Corriste tmb? Venite a Avellaneda y Esnaola. Fiesta de Escoria.
Escoria es una banda que arrancó haciendo covers de Blink 182 y Simple Plan. Ahora están cambiando radicalmente su estilo: temas más spinetteanos, con pasajes instrumentales y cosas medio jazzeras. No los conocemos personalmente pero sabemos quiénes son por conocidos en común. Con Rorro los escuchamos bastante desde su MySpace y tratamos de imitarles algunas cosas. Tenemos juntos una banda que se llama Adorno: él toca el bajo, yo toco el teclado y Justo, otro amigo que no está acá recuperando aire ni con él en la fiesta, toca la batería. Somos una banda pop sin guitarras en la capital del rugby.
Les digo a los pibes de esta fiesta y dicen dale, vamos para ahí. Estamos a siete u ocho cuadras. Tratamos de reconstruir lo que pasó en el SIC pero todos tenemos relatos distintos. No hay caso, no sabemos qué pasó. Lo que me deja tranquilo es que estoy rodeado de personas que no tenían ni un poquito de ganas de pegarle a nadie.
Estamos a una cuadra de la esquina de Avellaneda y Esnaola y vemos un tumulto de gente aglutinada en la puerta de una casa. Hay autos con balizas de los que salen seis o siete chicos y chicas. Hay botellas de Frizzé tiradas en la calle, unos vomitando en un poste de luz y chicas sentadas en las falsas veredas llamando a remiserías. Nos miramos y nos damos cuenta en silencio del aura de virginidad que nos rodea: no hay posibilidad de que entremos. Son más grandes, más cancheros, no conocemos a nadie, solo a Rorro que no sabemos cómo hizo para entrar y no me contesta.
Nos acercamos igual a la puerta, mezclándonos entre la gente que está quieta y a los gritos. Me pierdo de algunos y me quedo solo con Nico y Rafa que están atrás mío. Levantamos la cabeza entre la gente mirando hacia la puerta, a ver si lo veo Rorro pero no aparece. Nos miramos como a punto de renunciar.
–Ey, allá, el tecladista de Adorno– dice alguien desde la puerta.
Levanto la cabeza de nuevo y veo al guitarrista de Escoria. Me mira, sonríe y llama a alguien. Le grita:
–Che, Goyo, está el tecladista de Adorno acá.
Se acerca un rubio de pelo corto y vincha y lo reconozco, es el cantante de Escoria. Se acerca más hacia la puerta y dice:
–Loco, córranse, déjenlos a pasar a esos– y me señala. –Aguante Adorno, vieja, pasen, pasen.
Nico y Rafa, que nunca escucharon mi banda, repiten aguante Adorno, como dijeron recién Goyo Degano y Tomi Verduga, el cantante y el guitarrista de Escoria. Los mismos que un par de años después armarían Bandalos Chinos, la última banda independiente y exitosa de la era de las bandas, en este país.
***
2016
En la traffic que nos prestaron para irnos a presentar el disco a Rosario y Córdoba, Chapi conecta el bluetooth de su teléfono y nos muestra las primeras mezclas del EP de Bandalos Chinos que va a salir dentro de poco. Todavía estamos dentro de lo que podemos llamar Buenos Aires; apenas pasamos Garín y aún no me siento de gira. Chapi está cada vez más metido con Bandalos Chinos y eso le saca tiempo para producir en Silvestre y la Naranja, la banda que compartimos. En silencio y con complicidad, al resto de la banda nos preocupa.
Con Bandalos Chinos somos bandas primas, casi que hermanas. Compartimos integrantes, historia y manager. Por eso hacemos muchas cosas juntos, más allá de las fechas; ensayamos en la misma sala, grabamos en el mismo estudio y a veces hacemos giras juntos. A esta se sumó Goyo, que además de ser frontman de la banda, conduce un programa en Nacional Rock y en los últimos meses se empezó a hacer amigo de muchos músicos del indie, entre ellos los cordobeses de Telescopios, con quienes vamos a tocar estas dos noches.
Chapi logra descargar el wetransfer y desde adelante nos dice:
–Escuchen, locos, escuchen.
Prende un cigarrillo industrial, baja la ventana y sube el volumen antes de que la canción empiece. Estoy sentado atrás de todo, en la última fila, y me incorporo un poco, como si eso me hiciera escuchar mejor. Hay gestos de excitación: Kevin, nuestro manager, golpea el techo y grita vamos guacho!!! Goyo dice sisisisi y palmea a Pato, quien consiguió y maneja la traffic, un amigo de los Bandalos que a veces labura como stage manager, que grita sí señor, sí señor!
El tema empieza con un sinte agudo, el Roland Juno 106 de Chapi, y una batería que marca las negras con el redoblante. Eso ya me gusta. Después una guitarra bien prolija y con mucho chorus hace una frase muy simple, muy sencilla y muy precisa, como abriéndole el telón a la voz de Goyo.
Ey, no te apures, no pierdas tiempo, todavía estoy acá.
La letra es muy normal pero musicalmente hay algo que me deja muy enganchado. Desde que hicieron ese hit indie que fue Nunca estuve acá el año pasado, se animaron a sonar definitiva y transparentemente pop. Acá no hay culpa ni pretensión intelectual: esto suena a U2, a Springsteen, a estadio, a miles y miles de personas coreando con la cabeza en alto y cerrando los ojos. Y está impecable.
–¿Cómo se llama? –pregunto.
–Un día –dice Chapi.
En mi cabeza hay una promesa. Sigo cantando esta canción y sé que un día la vas a escuchar.
Mientras suena ese estribillo lo miro ahí, contra la ventana, apurando el cigarrillo y mirando al frente absorto, incapaz de escuchar algo que no sea o esté relacionado con su tema. Imagino que esa letra la escribió pensando en Lucía, con quien cortó hace unos meses.
–Qué temazo –dice Kevin y vuelve a golpear el techo.
–Está ajustadito –dice Goyo.
Este es el momento, ya no puedo evitar ese presentimiento que todo va a explotar.
Hay algo que suena a premonitorio. La traffic avanza al ritmo de un tema inédito de Bandalos Chinos en una gira que no les pertenece. Esto debería ser un símbolo de algo, un mensaje encriptado. Mientras tanto el bajo robótico y sintetizado del tema no detiene su paso, haciendo cabalgar una melodía suave y liviana, que se cuela como en pequeños senderos en el aire encerrado de la camioneta. Me es inevitable pensar en esas fechas de la adolescencia, en los festivales de bandas de colegios, donde coincidimos tantas veces con ellos, antes de ser Bandalos Chinos. Pienso también en las fechas de cuando ya fuimos más grandes, cuando copamos, las dos bandas, el bar más falopa de San Isidro, Axolotl, donde se tocaba jazz y blues en madrugadas vacías y larguísimas; la gente se quedaba afuera y la Amstel se agotó casi a la media hora de show. Es raro, pero pareciera que están empezando a suceder cosas importantes.
El tema repite el estribillo con unas armonizaciones muy cálidas que acolchonan la voz líder de Goyo. Pienso que no hay prácticamente bandas independientes que hagan pop así. La emocionalidad de este tema está en el mismo barrio que los grandes hits de Aspen; esa sensación de que todo se puede, de que hay algo más grande que uno, un sentido unificador, la posibilidad de cantar al unísono de a muchas personas un solo de guitarra virtuoso y sensible al mismo tiempo. Bandalos Chinos está animándose a sonar como una banda grande, como una banda que podríamos haber idolatrado cuando éramos chicos y vivíamos con nuestros padres y nos comprábamos discos. Y lo hace hablando de lo que están viviendo: se están haciendo profesionales, están empezando a cerrar algunos números, están dejando de pedir permiso en otros trabajos para poder irse de gira por el interior.
Cuando pasa la excitación y la traffic se adentra en el interior de la provincia, cuando pasan las felicitaciones y los comentarios halagadores, escucho que Kevin, en medio de un parlamento que nadie sabe bien a dónde va, lanza una pregunta retórica:
–¿Y quién va a escribir todas estas historias?
Nadie responde y la pregunta queda ahí, picando sola y aislada. En un rato llegaremos a Rosario y nos encontraremos con los Telescopios y los Indios, bajaremos los instrumentos y los conectaremos para probar sonido y después tomaremos cerveza y comeremos pizza, charlaremos de cosas sin importancia mientras llega la gente, y entonces entraremos en el camarín sucio y pequeño hasta que sea la hora de tocar. Agarraremos porrones de Quilmes y vasos de plástico con agua tibia y entraremos al escenario tímidos y levantando los brazos entre el humo de máquina y las luces violetas y azules, nos acomodaremos en nuestros puestos y lo miraré a Chapi sentado en la batería, pensaré que tal vez ese no sea mi lugar mientras empezamos a tocar el primer tema, mi colchón de sinte, el bajo en corcheas, la guitarra en pedal, y la pregunta que quedó picando en la traffic se meterá en mis pensamientos, también picando, como la pelotita saltarina que ganás en un Sacoa.
Hasta que ahora, de repente, dejó de picar.
Mateo Mórtola nació en 1991 y vive en Buenos Aires. Es licenciado en comunicación. Trabaja dando clases y talleres y haciendo ocasionales estrategias de branding. Co-fundó y edita una revista cultural: Aguinaldo. Tiene un proyecto musical que se llama Los Errores.