¿Por qué leemos a Mariana Enríquez? Podríamos intentar responder a esa pregunta de diferentes maneras. La más simple de todas sería apelar a un gusto personal, a una predilección por los temas que aborda su literatura, por el modo de tratarlos, por el género, etc. Pero si se piensa a la lectura como un fenómeno social, donde su circulación está correlacionada con procesos sociales, cabría preguntarse: ¿Por qué leemos ahora a Mariana Enríquez? Los mecanismos de consagración que legitiman y le otorgan visibilidad a una obra en un momento de la historia están formados por diversos elementos. Entre ellos, se encuentran, por ejemplo: la crítica académica, la crítica periodística, las operaciones de marketing editorial y los concursos literarios. A estos factores, habría que agregar la enorme cantidad y variedad de reseñas, críticas, comentarios, opiniones y toda clase de contenidos en torno a la literatura que circula de manera masiva en las redes. La pandemia, por supuesto, ha incrementado la difusión de este material tan heterogéneo. Todos esos mecanismos se inscriben en lo social, tienen el pulso de una sociedad, de un lugar determinado, de una época determinada. La visibilidad de la literatura de Mariana Enríquez, por tanto, junto con la de otras autoras, no puede pensarse por fuera de los movimientos de reivindicación de los derechos de las mujeres que han cobrado relevancia en los últimos años.
Una escritura de los márgenes. Hay personas que leen con el propósito de encontrar respuestas en los libros y (me temo) también en la vida. Pero hay un modo de leer que supone un riesgo: hacernos preguntas sobre aquello que leemos es una actividad riesgosa porque desestabiliza nuestros supuestos, pone en duda nuestra visión de mundo. Desde esta perspectiva, la lectura (y, en especial, la lectura de literatura) tiene una función social específica: no confirma al mundo en lo que es, sino que lo interroga y, al hacerlo, nos interroga a nosotros mismos en este mundo.
Esas preguntas nunca están dadas: hay que crearlas. Para eso, es necesario poner en claro en qué nos interpela lo que leemos, aclarar de qué manera ese texto interroga al mundo.
A partir de un trabajo de este tipo sobre mi propia experiencia de lectura, surge la idea de los márgenes como un modo de abrir, de explorar y de darle voz a algunos de los sentidos que recorren en la literatura Enríquez.
La noción de margen está cargada de distintas resonancias. De manera evidente, nos remite a un sentido social. Un primer sentido sería ese: lo marginal como condición social. En el cuento “El chico sucio”, se reconoce con facilidad este sentido social de lo marginal. También se encuentra en “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”, “Bajo el agua negra”, “El patio del vecino”, “El carrito” o “Chicos que faltan”.[1] Uno de los protagonistas de “Nuestra parte de noche” (Enríquez, 2019), Juan Peterson, tiene un origen que se corresponde con este sentido social de lo marginal. Otros personajes de la novela, como los propios padres de Juan o los chicos que estaban en el túnel subterráneo de la mansión de Puerto Reyes, comparten ese mismo origen social y, en el caso de los chicos, con toda seguridad, un peor destino. Además, en muchos de estos textos aparece una tensión entre la cultura de clase media y lo marginal.
Este sentido social de lo marginal y la tensión referida no solo se expresan en la singularidad de los personajes, en sus circunstancias de vida o en el modo particular de vincularse con el otro, sino que además se expresa en el lenguaje. Así, podemos leer en “El chico sucio”:
“Ella estaba furiosa. Se me acercó rugiendo, no hay otra forma de describir el sonido, me recordó a mi perra cuando se rompió la cadera y estaba enloquecida de dolor pero había dejado de quejarse y solamente gruñía.” (Enríquez, 2016, pág. 19)
Un ejemplo más claro aún se encuentra en “El patio del vecino”, cuando se refiere la huida de un chico del hogar en el que trabajaba Paula:
“Paula recordaba bien cómo temblaba de pies a cabeza, pensando en el chico, otra vez en la calle, entre los autos, robando hamburguesas a medio comer; era un chico de la terminal de ómnibus, que seguramente se prostituía en los baños, que conocía todos los recovecos de la ciudad, inclusive los aguantaderos de ladrones, aunque tenía siete años, que era duro como un veterano de guerra -peor que un veterano, no tenía nada de orgullo- y que hablaba un dialecto profundo que sólo entendían los otros chicos y algunos asistentes sociales más experimentados que ella.” (Enríquez, 2016, pág. 143).
Aquí ya se refiere un dialecto profundo, una palabra que responde a ciertos códigos muy específicos que no están al alcance de cualquiera.

Sin embargo, lo marginal también puede tomarse como una categoría más amplia, que excede este sentido social que acabamos de señalar. Y son esos otros sentidos los que me parecen más interesantes. Antes que nada, conviene señalar que la noción de margen, sea cual sea la connotación y los sentidos que uno extraiga de ella, siempre supone una relación. Cuando hablamos de márgenes, la primera pregunta es: ¿al margen de qué? Al mismo tiempo, la idea de margen implica una superficie de contacto entre diferentes zonas o aspectos de un texto. El margen puede pensarse como una línea. Así entendido, un margen es al mismo tiempo una posibilidad de contacto y de diferenciación. El margen es una relación, una articulación. Por lo tanto, hay ahí una tensión y una posibilidad de conflicto. Un margen se convierte entonces en un conflicto en estado latente: una inminencia.
Si se piensa esa idea como una posibilidad de diferenciación, podría hablarse de territorios, personas y experiencias al margen. ¿Pero al margen de qué?
- Territorios al margen del centro urbano, de la centralidad del poder y la riqueza. Pero también desplazados dentro de la multiplicidad de un centro urbano que no es uniforme. En “El patio del vecino” (Enríquez, 2016), por ejemplo, la joven pareja acaba de mudarse a una casa que si bien está en la ciudad, se encuentra en una zona que permanece al margen de la masividad y la superpoblación que se vive en la ciudad. Tampoco los territorios periféricos son uniformes, homogéneos.
- Personajes al margen de la norma, de las convenciones y los mandatos sociales, de la urbanidad, de la sociedad de consumo, de la productividad, de lo esperable, lo calculable, lo previsible.
- Experiencias al margen: los personajes de los textos de Enríquez tensionan las acciones cotidianas, exceden lo posible en un mundo regido por el cálculo y la previsión.
En el segundo caso, el margen como posibilidad de contacto permite abrir otros sentidos de los textos. En “El chico sucio” (Enríquez, 2016), por ejemplo, Constitución puede pensarse como un margen en la medida que ese territorio articula lo que ha sido y lo que es, lo que está siendo. Incluso, hay un párrafo en el que se recupera la historia de cómo Constitución devino territorio al margen:
“Constitución es el barrio de la estación de trenes que vienen del sur de la ciudad. Fue, en el siglo XIX, una zona donde vivía la aristocracia porteña, por eso existen estas casas, como la de mi familia ーy hay muchas más mansiones del otros lado de la estación, en Barracasー. En 1887 las familias aristocráticas huyeron hacia el norte de la ciudad escapando de la fiebre amarilla. Pocas volvieron, casi ninguna. Con los años, familias de comerciantes ricos, como la de mi abuelo, pudieron comprar las casas de piedra con gárgolas y llamadores de bronces. Pero el barrio quedó marcado por la huida, el abandono, la condición de indeseable. Y cada vez está peor.” (Enríquez, 2016, pág. 10)
La protagonista también se encuentra marginada entre dos fases de la historia familiar: la de los abuelos prósperos que compraron la casa y la de la nieta temeraria que va a vivir allí mucho tiempo después. Esta joven diseñadora gráfica es “la princesa en el castillo” y, a su vez, “la loca encerrada en la torre”.
Si al leer se formula una serie de preguntas que suponen un riesgo, no es porque ellas conduzcan tranquilamente hacia la construcción de un sentido definitivo. Con frecuencia, la certidumbre clausura la intensidad de las preguntas y el riesgo está en sostener un margen de vacilación y de duda. Es entonces cuando la literatura de Enríquez instala lo incierto y lo dudoso en un mundo en el que no hay demasiado lugar las vacilaciones: todo está dado y listo para su consumo. Quizá por eso la leemos tanto.
Referencias bibliográficas:
Enríquez, M. (2009). Los peligros de fumar en la cama. Buenos Aires: Anagrama// Enríquez, M. (2016). Las cosas que perdimos en el fuego. Buenos Aires: Anagrama// Enríquez, M. (2019). Nuestra parte de noche. Buenos Aires: Anagrama.
[1] Los cuatro primeros cuentos se encuentran en: Enríquez, M. (2016). Las cosas que perdimos en el fuego. Buenos Aires: Anagrama. “El carrito” y “Chicos que faltan” forman parte de: Enríquez, M. (2009). Los peligros de fumar en la cama. Anagrama.
*Hernán Diez es escritor, docente y actualmente coordina talleres de lectura en @margen.delectura
*La ilustración es autoría de la dibujante y artista plástica Pía Ventieri: @piaventieri.arte