Luis Sagasti es docente, crítico de arte, escritor, y disfruta muchísimo de la música. Nació en Bahía Blanca en 1963, estudió Historia en la Universidad Nacional del Sur, y ejerció una relación multifacética con las artes, de la que la escritura se convirtió en el síntoma donde más se nota su pasión y el carácter de lo curioso que define a una mirada poiética.
Su último libro, Lenguas Vivas, es la continuación de un estilo literario muy particular que cruza el ensayo, la poesía, y una fuerza creativa que inventa detalles allí donde la historia universal dejó sus marcas permanentes. Este estilo le valió el segundo puesto en los Premios Nacionales de 2021 por su novela “Una ofrenda musical” y una beca de escritura en Nueva York de la Fundación Apexart Residency Program, que le permitió terminar esta nueva entrega publicada por Eterna Cadencia en marzo de este año. Cada uno de estos libros pivotea sobre un tema diferente pero que, en cada caso, explora como quien no quiere la cosa dimensiones humanas muy complejas.
Truman, en la voz de su editor Elías Fernández Casella, conversó con el escritor sobre este nuevo lanzamiento y los modos de su producción y el lanzamiento de Lenguas vivas:
Elías Fernández: ¿Cuántas veces te preguntaron a vos para qué escribís o por qué escribís? Y esa respuesta, ¿fue cambiando?
Luis Sagasti: Sí, supongo que sí, porque uno ha cambiado, uno cambia, ¿no? Yo creo que, no obstante las respuestas que he dado, no puedo dejar de hacerlo. No en el sentido de que tengo que estar todos los días escribiendo. Hay días que no escribo, pero es como una forma de estar, de estar en el mundo. Básicamente porque me asaltan determinado tipo de ideas o de intuiciones que modestamente entiendo que pueden ser interesantes. Pero esas intuiciones o ideas, como quieras llamar, se clarifican a medida que se arma el libro. Pero de ningún modo esa claridad es la definitiva. Ahora, no escribo para nadie, creo que no tengo ningún lector ideal, nada de eso.
EF: Lo que se nota en tus libros es cierta mirada fascinada. Y en Lenguas Vivas el eje es el tema del lenguaje. El lenguaje, ¿te habilita, te reprime o precisamente la gracia es jugar entre esos límites?
LS: No, reprimir no, no. Puede haber un límite en el sentido de que yo creo que hay cosas que por ahí quiero decir y se dicen mejor con música. Yo puedo improvisar en alguna escala para mí en piano, pero no soy de eso. Es una pregunta difícil…
EF: Me gusta preguntar lo que no te preguntaron en otros medios…
LS: El lenguaje te diría que es un límite, pero también hay algo medio de compadrito, ¿no? Como si dijera “yo he explorado todo el lenguaje y toda especialidad, y bueno, ya estoy limitado”. No, qué sé yo…
EF: Acabar con los límites del lenguaje es haber llegado demasiado lejos…
LS: Claro, yo no llegué tan lejos. Lo que veo es que a mí hay cosas que me gustaría escribir y que no se puede hacer para literatura. En el sentido, por ejemplo, de la simultaneidad. En una pantalla y ocurren cosas simultáneamente en distintos planos, en literatura no se puede. Hay alguna estrategia, pero no se puede. Entonces a eso lo veo como un límite. Pero en el sentido de que así funciona el mundo, ¿no? Es como si uno dijera “Me limitan los colores para pintar” Y los colores son estos. Entonces, por ahí, hay cierta simultaneidad que me gustaría lograr por cosas que intuyo y que creo ver…
EF: A mí me dio la impresión en estos tres libros como si estuviera leyendo, no te digo un fluir de la conciencia, sino más bien como una especie de jam de jazz. Como si hubiera un late motiv que va y se repite y después que dialoga con el otro…
LS: Sí, tiene mucho de jazz. O tengo yo siempre como esquemas de hacerlo. Incluso… cuando acomodo los capítulos, lo hago como si estuviera grabando un disco. En mi cabeza el formato es el de un disco. Primer tema, tema dos, tema tres. Porque siempre me han interesado las cuestiones musicales. No del lenguaje en sí, sino de la narrativa. Me es inevitable a mí la música. Eso no significa que salga bien. Digo que es inevitable nada más.
EF: Calculo que eso le ocurre a todos los artistas. De hecho hablás del Álbum blanco, de la continuidad de una historia que va y se cierra en sí misma.
LS: Se sabe claramente en Una ofrenda musical.
EF: En Lenguas Vivas me pareció ver algo muy crepuscular. Como si las palabras se llevaran a las patadas con la entropía, de pronto, y como si se destacara el lenguaje sobre esa cultura de Tierra del Fuego que va desapareciendo… los colores que se van perdiendo.
LS: Hay algo del crespúsculo, absolutamente. No fue la intención, pero sí: la transmigración de los colores, las lenguas que mueren. Pero la idea era no abordar eso, si se quiere, desde lo trágico, lo melancólico. La idea era tener cierto objetivismo.
EF: En ese sentido, ¿cómo se lleva la literatura o el lenguaje con la incertidumbre?
LS: Por un lado vos decís para “la literatura tiene que tener un compromiso, una posición ante determinados momentos”; y por otro lado decís “existen las redes sociales, puedo expresarme por Facebook e Instagram”. No tengo por qué ligar la literatura a eso. Pero si yo encuentro que la estética tiene una dimensión política, (pero no de barricada ni de cosa urgente), probablemente sea una cosa medio insoslayable. Hay ciertas percepciones, con el capitalismo, con ese tipo de cosas, en las que probablemente uno pueda ejercer luego cierto énfasis por la situación que se está viviendo. Pero nunca va a ser algo de mercado. Ha habido alguna vez algunos escritores muy comprometidos, con cierta ingenua beligerancia, donde los nombres de los personajes, parafraseaban… no sé, como si te dijera a Milei o Macri.
EF: Como de Un Mundo Feliz, por ejemplo.
LS: Claro. En ese sentido, a veces coincido con Fabián Casas. A veces. Con que la derecha escribe mejor. A la izquierda por ahí le agarra el compromiso, entonces se mete más con la cuestión de contenidos y olvida contenidos formales. Quiero decir, si vos escribís el poema urgente por Santiago Maldonado… yo escribo en Facebook por él, o en Instagram, o voy y marcho. Pero no se me ocurre hacer el poema. No es posible. Entonces parece que la derecha estuviese muchas veces más enfocada a lo formal, y las formas están fuera del tiempo, o las modificaciones son lentas a lo largo del tiempo. De modo que si tu interés es precisamente en cuestiones plásticas de una narración, del lenguaje, probablemente hagas una literatura… no sé si mejor, pero más pulida.
EF: Claro.
LS: De lo que es muy ceñido al tiempo… cambia la época y la gente se olvida.
EF: Pienso en el caso de Los Miserables, que a pesar de que al día de hoy sigue siendo como un contenido muy progresista o denunciante, sigue vigente como una obra enormemente pulida de pronto. Pero por otro lado, es verdad, agarrás un Borges, un Vargas Llosa, y hay cuestiones formales trabajadísimas.
LS: Sí, obviamente, de izquierda tenés a García Márquez, qué sé yo. Pero yo no veo si la izquierda es una literatura. Sí la crítica a los dictadores, todo eso está claro. Pero tienen cuidado precisamente de no derrapar en la actualidad. A mí me parece eso. Si estás en el barro de la historia, te quedan todas las gomas sucias. Tampoco uno tiene que estar súper volado. Yo creo que los intelectuales, la gente que trabaja con la cabeza, tienen un deber cívico o si se quiere una carga pública de opinar sobre ciertas cosas. No te hagas el pelotudo. Si ahora te preguntan por Milei, Macri o Massa, no podés decir “yo de política no hablo”. Eso dejáselo a los futbolistas que tienen que cuidar sus mangos y bueno, por ahí no les conviene decir ciertas cosas. Pero ¿los escritores? ¿Los pintores? ¡Hablá, pelotudo!
EF: Total nunca fue un oficio tan redituable.
LS: Si, total vas a perder. O sea, yo no vivo del “no me van a contratar”.
EF: Siendo que vos sos docente y estás en contacto con los pibes, ¿notás en ellos esa misma curiosidad tuya por el lenguaje?
LS: No. No en términos generales. Por supuesto, hay pibes vivos, hay pibes que te preguntan todo y les interesa todo. Tampoco lo contrario, no es que no les importa nada; pero sucede que yo estoy en un colegio con chicos muy preparados, tienen un sentido muy grande en la casa, es un colegio progre. En general no diría que no lesimporta nada, pero lo que consumen en las dos dimensiones de una pantalla, y también nos pasa a los adultos, el 98,4% es de una banalidad, de una superficialidad ofensiva. Muy lindo el TikTok, muy bien todo, está bueno… Nada tiene el mínimo espesor, en términos generales, aunque haya cosas interesantes. Por supuesto que si vos los estimulás (a los pibes) se interesan. Se interesan por las cosas. Pero tenés que…
EF: Dentro de lo que es la curiosidad adolescente más o menos inmanente, podría estar esa curiosidad.
LS: Mirá, yo doy clases en el primer año, que todavía están por la pubertad, son divinos. Un año después, al año y medio, ya son otras personas.
EF: ¿Quizá habrá sido siempre así? Por ejemplo, ayer en la charla que diste hablabas de que al principio, de chico, habías intentado escribir un manual “Lo sé todo”, y que tu cuestión fragmentaria iba por ese lado, pero también por el salir a pasear. Y después, leyendo tus libros, también me dio la impresión, por momentos, de un zapping. Ayer hablabas de esta cuestión fragmentaria de consumir todo en internet. ¿Será posible que igual siempre hubiera como cierto consumo de ese estilo?
LS: Esos son los inicios de la fragmentación. Como decía ayer, a mí me sale naturalmente. Pero, en el zapping, o en el cambio de canales o imágenes en internet, tiene que haber una gramática. Tiene que haber un sostenimiento del ritmo, tiene que haber un plan. Eso pasa con las novelas de Markson, Esto no es una novela y La soledad del lector, que son frases, son datos, nada más, y a mí me encanta leerlo así. Obviamente hay muchas cosas que son muy norteamericanas, pero lo que veo es como que le falta algo para mí. No hay una historia. El tipo te pone lista de suicidas, o busca curiosidades que están buenas. Están buenas, yo las leo así. Pero no veo el plan.
EF: El último capítulo de Lenguas Vivas (donde se cuentan las circunstancias de la muerte de tu hermano) parece a simple vista el más claro pero al mismo tiempo sea también el más indescriptible. Te quería preguntar si ésto era parte del camino sinuoso en la elaboración del manuscrito del que se habla también en el libro, y si es el tipo de texto que lleva casi 40 años a escribir. Solés decir que el manuscrito vale por sus descartes y este capítulo es una historia de vida muy fuerte.
LS: No es que antes tenía el peso de esa experiencia y no sabía cómo escribirla. Ya había cumplido el duelo y obviamente hay cosas que no se cuentan, pero digamos que cuando mi vieja me dijo eso de que yo le estaba escribiendo a mi hermano, ahí apareció ese capítulo. Con esa frase. No con la frase con la cual se inicia el capítulo, la del hombre envolviendo los huevos. Nunca había usado esa experiencia, ni para escribir un haiku. Nunca. Pero a partir de que mi vieja me dijo eso empecé a escribir. Obviamente todo lo que uno escribe tiene algo de personal, pero no hay nada de mi biografía en ningún libro. Salvo en éste, porque además después empecé a recordar cosas que tenía en la cabeza, que me parecía que tenían su… “poesía”, por llamarla de algún modo. Pero las conté, nada más, sin adjetivar.
EF: Por último: ¿cómo definirías este último libro? Si te pusieran una cámara delante y tuvieras que presentarlo para TikTok, en menos de un minuto, ¿de qué trata este libro?
LS: Yo creo que es sobre la transmigración de las lenguas. Cómo las lenguas se modifican, como si tuvieran, si se quiere, una pertenencia al mundo de la biología. Cómo se originan, crecen y en un momento desaparecen. Y luego pretención de la creación. De las creaciones del hombre. Por eso el tema de las pinturas que se van borrando. Cuando lo escribía obviamente no pensaba en esas cosas. Fue tomando sentido mientras tanto.
Elías Fernández Casella es lector, licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la UBA y escribe para no enloquecer. El Pulso, editado por @promesaeditorial, es su primer libro. A veces publica videos en su canal de Youtube, Fechorías Inofensivas. Edita trumanmag.com.
Foto: Charco Press.