Truman Mag

Revista de Ideas

Ficción

Derby construcción

A mi amigo Alfredo Grieco y Bavio

Ah no, vino no. ¡Asesino, borrachón, patasucia, calandraca!

Ricardo Zelarayán

1

Ese wacho quiere papel, Rolón. Hay que darseló. El Nando le sacó la ficha; me dijo que el que batió la cana de que Sotelo afanaba material fue él… Encima nos tuvimos que bancar que Bertelo nos hiciera tomar café a todos… ¡Gil de mierda!… Le recabe el final de la botella: en la orilla del zanjón y con el culo roto.

¡Es un cara e pija!

Como si le pagaran más por ser cachorro. ¡Cara e verga!

El otro día no encontró el casco suyo… ¡se lo fondearon los vagos!… y manoteó el casco blanco de Bertelo. Se hacía el payaso… A mí ya me cansó; si se me hace el canchero lo tiro del quinto, dijo el Tano, un pibe de Villa Diego que hacía ya casi un año laburaba con Cano.

Che, hablando de eso: ¿dónde está ahora Cachorro?, les pregunté. No quería que estuviera orejeando tapado porque yo ya demasiado estaba en capilla con mi tío. Había faltado una semana después de la gira del bautismo de mi pibe y ahora quería agarrarlo chirlo para pegarle un pechazo. No tenía ni mierda en las tripas y si ese gil me enganchaba haciendo sebo, seguro me iba a cagar la verga.

Lo mandó Chaco al chino… dijo el Culón.

¿Qué? ¿Vamos a volver a cocinar?, volví a preguntar.

No, ni ahí… si Sotelo se llevó el disco, gordo… Se extrañan los guisos del viejo, eh. El chaqueño lo manda a comprar don Paco y pan con carpa pero le tira unos mangos para que le cole el vino y para que no le falte el material. Cachorro pegó onda con los del pasillo de atrás y mete el Torito por ahí, sin que lo pille la guardia; lo sube con una piola y lo fondea en los caños de ventilación. A mí que no me venda que me fumo mi canaria en la terraza porque lo re mando al frente, por puto, dijo el Enzo, el otro catango que lo ayudaba en la cancha. Si no lo hice todavía es por el chaqueño.

Pobre viejo, sin vino no puede vivir, boludo. Le tiembla el pulso al toque. La otra vuelta, cuando estaban haciendo carpeta en el octavo, andaba sacudiendo la mano, corte Goyeneche; después compraron un matrimonio con Sanabria… En un tiro, cuando el paraguayo se fue a pegarle un beso a la jarra, ya estaba a menos de la mitad… A la puta, compadre, le dijo, esta sí que tiene caída.

El chascarrillo del Tano marcó el final del recreo…Todavía no eran las 11 y los pibes volvieron a subir a los pisos donde laburaban; abajo, meta mandar plasticor y cemento para la terraza donde estaban haciendo un mojinete y tirando carpeta. Entonces, un rato después de que volvieran a subir, el aire de la obra se convulsionó por el perfume de la Sole, la arquitecta del estudio Randazza que dirigía la obra de Bertelo.

¡Hola, Matías!, me dijo y, de a pares, empezaron a bajar los mutantes de todos los pisos para verla.

La piba, una de esas gringuitas recién recibidas, revolucionaba el laburo cada vez que llegaba al edificio en construcción donde trabajábamos tres planteles de distintas empresas contratistas. Ese día apareció re verduga con unos jeans celestes que parecían que iban a explotar. A mí, que laburo en el guinche, siempre me tocaba catarla de entrada. Estaba buena, no digo que no. Súper buena. Pero los vagos tenían un arroz bárbaro y no se rescataban ni medio. La flaca era una calienta verga que gozaba suculenteándolos. Y los tenía a todos alborotados alrededor. Yo no le pasaba cabida. ‘Hola, Soledad’. O sino: ‘Hola arquitecta’, y chau. La flaca me preguntaba cualquier cosa y yo le decía siempre que no sabía, que yo estoy clavado en el guinche, que le preguntara a los de arriba.

A veces me engüevo mal en este puesto, es verdad. Mi tío cree que me tiene en frasquito, y me mantiene ahí, pero en el fondo debo decir que se lo agradezco. La máquina solo requiere de mí atención; nadie me hincha los huevos y la guita me sirve. No me canso para nada, me ensucio menos y cojo, si quiero, todos los días, no como estos pobres infelices. Pero ese día la Sole como que me arrebató de una y me dejó groggy. Me entró a buscar conversación, como era habitual, y yo que estaba aburrido le seguí la corriente. Hablamos de mí, un poco. De mi hijito que había bautizado la quincena anterior. De su madre con la que no convivo. Y después de todo eso me dijo que quería que le hiciera un laburo en la casa. Fue extraño. Yo le dije que sí, por supuesto. Pero no evité la tentación de preguntarle por qué no le decía a Sanabria o a Fretes. Me respondió que no quería decirle nada a Sanabria ni a Fretes porque confiaba más en mí. Yo me puse rojo como un locote. No solo porque era imposible que confiara más en mí, un oficial chambón, media cuchara en consideración de mi tío Cano, el contratista, que me trataba de pija de perro frente a todos, que en esos dos paraguayos que eran los mejores albañiles que conocía, sino porque la iniciativa de la arquitecta me exigía a pleno. No sabía qué cara poner. Menos aun cuando desde arriba, laburando en el andamio colgante, en el pulmón del edificio, se escuchaba las humoradas del chaqueño y el Tano:

¿Sabes vos, cuál es el bicho más lindo pa culear?, le preguntaba el viejo.

La oveja, dijo el Tano. Los gauchos se empernan a las ovejas… dicen que son calientitas.

No, no sabés nada, kunumi… El mejor bicho pa culearse es el güey… Mientras se la metes en el hocico te lambe los huevos.

2

Vieran la cara del tipo aquel jueves que empezaba el feriado puente yendo a laburar a la casa de la arquitecta. La mina vivía en zona sur, por calle Buenos Aires, cerca de la cancha del charrúa. La casa estaba al fondo, era un PH; adelante vivía un mecánico que tenía el taller en el frente y la entrada a la casa por el pasillo. Me metí; después de la casa del mecánico había otras dos casas inhabitadas, en oferta de alquiler, y hacia el fondo, en el pulmón de manzana, estaba la casa de Soledad. Yo no sabía bien qué cara poner. La flasheaba de John Wayne; creía que la iba a pistolear de arranque y a dos pesos. Hasta me había perfumado la chota.

La mina me atendió muy efusiva pero normalmente. Estaba linda como un sol de primavera. Vestía ropa deportiva y me dijo que justo salía a correr al parque. Me invitó a que desayunara pero yo le agradecí y pedí ver el trabajo. Ella me llevó sin demora hacia el lavadero del patio trasero, un patio lleno de plantas, y me mostró el primer inconveniente, las cañerías. Había que sacar todo el tramo hasta la camarita vieja y poner unas nuevas. Me indicó lo que quería que hiciera y luego me pidió permiso. Dijo que se iba a correr. Me preguntó si iba a necesitar que comprase alguna herramienta además del material que habíamos convenido y yo le dije que no. Después la mina olivó y yo tuve que poner la concha como un boliviano; picar, abrir una fosa profunda, meter la mano en podrido y todo eso. Me argelé como un cebolla al darme un mazazo en un garfio y casi me mando a mudar. Pero después recapacité y me enculé más conmigo mismo, diciéndome: pero si serás gil, gordo; esta flaca te bolaceó porque te cabía. ¿A quién se le puede ocurrir que esta princesa te vaya a mirar a vos, zaparrastroso? ¡Es una conchita cara!

En eso estaba, pelando la bronca, cuando Soledad volvió. Ya volví, gritó como una nena desde la cocina; desde allí me dijo que el material vendría recién al otro día temprano. Se quejó del corralón y de la inoperancia de la gente. Y luego se metió al baño. Escuché el sonido del agua cayendo en el inodoro y segundos después ella se apareció por el patio. Traía una fresca y una sonrisa prometedora. ¡Puta madre!, me dije y el chacinamiento se disipó. Las calzas no mienten. Yo estaba sumergido en la fosa, bañado en transpiración. Un olor a perro increíble y esta reina me pasaba un vaso congelado con birra. Me preguntó si quería terminar con la fosa y comer o prefería hacerlo en un rato… Ella parada enfrente y yo con la mirada a la altura de su pubis, flashié que lo que me batía le salía de la grieta. Me hablaba con el papo.

Ya terminé, le dije. Si no hay material tengo que dejar acá… ¿Qué hora es?

Las 11 menos 10, respondió, consultando el celu. Re rápido…

Sin darme cuenta, casi de un trago, me terminé el vaso.

Estoy muy transpirado. ¿Puedo usar el baño? Me quiero lavar un toque antes de…

Sí, claro.

Salí de la fosa y zapateando para despojarme el barro y el escombro de la ropa, entré a la casa. No supe cómo, muy sigilosamente, la flaca se coló en el baño mientras yo me lavaba con jabón mis antebrazos y quitaba mi mugre del grifo. Otra vez sorprendido, poniendo mi mejor cara de póquer, disfruté como un creyente la propuesta que me hizo: si me esperas un toque nos bañamos juntos.

3

Ah, este chabón tiene más mentiras que el truco, dijo Cachorro.

Bueno, no te estoy cobrando para que me escuches, salame… No te pongas resentido. Te podes ir a cascar a los baños químicos que están limpitos… ¡Andá a pegarle al perro, boludo!

Ey, levanten campamento que viene Cano, dijo el Enzo. Vi que estaba estacionando la Toyota en la esquina.

Che, ¿y qué onda que no viene más la arquitecta?, preguntó el Tano.

¿Qué sé yo, boludo? Capaz que se mudó a Junín, el pueblo del macho.

Está de vacaciones, dijo Cachorro, sonriendo.

No le diste bomba como se merecía, gordo pito flojo.

No, chabón. El novio tiene toda la papota. Cuando eso estaban peleados. Encima terminamos mal, Tano. Pintó un re bondi, la loca casi me denuncia.

¿Qué le batiste, Matías?

Nada, después te cuento.

4

Ese día Cano no vino con su buena onda habitual; gordito y petizón, sus ojos verdes risueños siempre anticipaban las gastadas. No tenía mayor placer en el mundo que descansar a sus obreros cuando se enteraba de algún chisme que los involucraba. Era un patrón atípico; no le gustaba maltratar a los laburantes, antes bien prefería hacerse el amigote y entrar en confianza con ellos. Eso no significaba que no los cagase ni los dejara de negrear, pero en relación con otros contratistas su estilo era preferido entre los vagos y además, para la miseria que se pagaba por convenio en la industria de la construcción, laburar con él era ventajoso. Otra de sus características más habituales era juntar a la gente o aprovechar que estaba reunida, y largar un chisme bomba para descansar grupalmente al perjudicado. El tipo siempre tenía data porque andaba todo el tiempo recorriendo las obras, tenía cuatro o cinco, y sus obreros eran todos vecinos de dos o tres barrios o miembros de la colectividad paraguaya. Cano era paraguayo y además presidente de la Casa Paraguaya; organizaba los torneos de futbol y salía de putas con sus cuates.

¡Mba’e la porte, lo mitã!, saludó seriamente. Característico en él eran su hablar y sus movimientos pausados; su constante silbido mientras revisaba los adelantos en el trabajo. Nunca demostraba si estaba contento o enojado más que cuando entraba a descuerear a los vagos o cuando ligaba él. Como patrón, cuando te la daba lo hacía de la manera más cruel, te retaceaba la guita, te negaba adelantos, te cortaba las horas extras.

¿Cómo va, tío?

Acá andamos. Muy impresionado con la noticia… ¿Vos sabías, Matías?

¿Qué cosa?

Encontraron muerta a la arquitecta Mattini. Había salido de vacaciones hace una semana. Ayer unos chanchos la desenterraron en un baldío de Pérez. 

Estaba yo solo cuando me lo dijo, por suerte. Mi cara se transformó y la mirada de Cano se puso dura.

Va a ser mejor que dejes de alabarte por tu hazaña porque te puede costar caro, me dijo.

Vos quien sos para juzgarme, concha e tu madre, le dije. Cerrá el culo. Acordáte cuando te zafé de Tiburcio… ¡Gorreando a tu compadre, pedazo de forro!

Cano se re pichó pero no dijo nada hasta que empezaron a bajar los demás y empezó a contar la mala noticia, a mentar lo linda que era la arquitecta y a pedir pena de muerte, cáncer en los huevos, todo eso junto, para el asesino.

5

Durante el almuerzo el tema acaparó la conversación y yo permanecí mudo. Todos me miraban con desconfianza y hasta el Tano, con quien había quedado en contarle por qué había dejado de garcharmelá, se desentendía de hacerme preguntas. En la sobremesa, cuando los wachos se fueron a torrar un cacho, le mangueé a Chaco un cigarro. Volvía a fumar después de siete años, desde la muerte de mi papá que se había ido al hoyo por fumador. No casualmente, el pucho que me convidó el chaqueño era de la misma marca que fumaba mi viejo. Derby con la banderita paraguaya en el culo de la bolsita; Derby de contrabando, “Derby construcción”, como le decía mi papá.

Che, si esta historieta que les conté estos días trasciende me van a llamar a declarar. Soy el perejil perfecto para engarronar. Les pido que sean buenos compañeros y no me vendan. Estuve en cana seis años por un homicidio, todos lo saben. Si me engarronan con esto estoy listo. Y, obviamente, yo no tengo nada que ver con esta muerte, amigos. Si era re linda la flaca; jamás en mi vida le hubiera hecho eso. 

6

Salimos de trabajar a las seis. Los compañeros se dispersaron como bandada de pajarracos invernales. Y yo me quedé cambiando de pilcha con la idea de que estaba listo, que alguno de esos culeados me iba a batir la yuta. Nunca falta un tropezón cuando el pobre se divierte… ¿Quién era que dijo eso? ¡No importa! Solo la había güeseado un par de semanas y ahora estaba muerta. ¡Qué pija podrida la mía! Cuando llegué a Pellegrini ya estaba completamente achicharrado por la tristeza. Venía cajeteando mal desde el almuerzo y ahora, de tanto pensamiento jarýi, como decía mi viejo, estaba a punto de largarme a llorar. Pero como quien se traga el bocado, me ajusté los huevos con el pantalón y me dije que me iba a escabiar bien polenta. Así que decidí ir a un cajero a sacar guita y luego iría a una cervecería que servía unas birras artesanales que estaban re buenas. Yendo lento, pateando latas, me lo encontré al Tano en la parada del bondi; un 35/9 lo había dejado de garpe.

¿Qué onda, gordo?

Nada, boludo. Estoy luz baja. Me voy a tomar unas birras.

Todo mal, eh.

Sí, cualquiera.

No te hagas la cabeza, amigo.

¿Querés venir? Te invito unas pintas.

No me puedo quedar mucho pero… dale.

El Tano era un pibazo. Lo conocía de antes de que entrara a laburar con Cano por unos torneos de futbol que se hacían en La Carancha, allá por Avellaneda al fondo, pasando la vía honda: un torneo de paraguayos. Él es argentino pero jugaba para el equipo de Capiatá; yo, argentino de nacimiento, jugaba para el equipo de mi valle, de donde son mis viejos, General Díaz. Que me acompañara en este momento era muy buena onda de su parte. Capaz que lo hacía por rescatar algún chisme o simplemente de puro sediento, pero igual, se lo agradezco todavía. Tenía necesidad de testimoniar. Parecía un wachín con dos cachetazos en medio del interrogatorio. Le dije que primero teníamos que ir a sacar guita del cajero y pateamos un par de cuadras hasta la esquina de Pellegrini y San Martín. Después volvimos y nos quedamos en la cervecería de Pellegrini casi Alem, en un localcito que se llamaba “El almacén de cervezas” que tiraba unas artesanales que me re gustaban. Nos quedamos en la vereda para poder fumar. Ya para esa hora me había comprado un atado de puchos. Y ahí largué el rollo…

La mina era un bando, amigo. No me lo cree nadie pero es la posta. Terminamos mal y eso puede ser un motivo para que me manden una citación. Ese día que terminamos hice un escandalito y hasta salió el vecino a ver qué pasaba… Pero bueno, empiezo por el principio.

Como les conté a los pibes, ese día en que nos bañamos juntos y toda la bola… Nada… meta culear como chancho prestado. Era cojuda la princesa y re bardera. Le cabía porla, todo; le gustaba morder la almohada. Una viciosa de aquellas. Cero historia. Nos cagamos de risa… Al otro día vino el material y arranqué a laburar temprano. ¡Hija de puta! Parece que cuando más chivado estaba, más la calentaba. Fue re complicado laburar. Igual le metí pata. Soledad quería hacer gira conmigo; me pidió que la llevara al baile. Quería conocer mi vida. Me dijo que a la noche se iba a quedar a dormir en mi casa. Alto flash, amigo. La tuve una semana en mi casa. Me caí con esa perra al baile. La presenté a la gente. Estaba la Karina que se me hacía la estrecha, los chabones de la cuadra de mi vieja; estaba la Kiki, puta odiosa. La wacha hizo su show. Re negra, en un tiro empezó a hablar giladas, corte rochi. Nosotros hicimos rancho aparte y en un tiro empezamos a levantar; nos copamos a los raquetazos y terminamos arrancando para otro lado. A la loca le cabía el champán… Meta champán, re bacán, el tipo. No me importaba nada. A mitad de la noche nos quedamos sin nafta y me dijo que si tenía onda podíamos ir a pegar. Yo no quería ir al Tapi porque le debía guita pero el loco era el único transero que no vendía basura. Ahora los giles te aclaman la alita, que es pura anfeta; andan todos rabiosos. Y la que venden en Tablada es re jedionda. Yo cuando tomo quiero comer, maestro. Para eso hay que saber pegar. Arreglamos que se ponía ella y yo le iba a arreglar la cuenta al Tapi. Pegamos dos bolsas ñocas y volvimos a mi casa. Así empezamos el viernes y seguimos el sábado y el domingo… No nos cabió otra que ir a Tablada cuando nos quedamos sin pala el sábado. Meta culear, tomar falopa, escabiar, ver películas, fumar flores… La flaca fumaba como si fueran caretas; no le hacía nada la marihuana… Y así, que me mando por el chico y que sobala porque está re lánguida… No tenía paz, boludo. Me chupaba la pija, se armaba los lagartos arriba del pito y se daba el sartenazo. ¡Zarpada mal!

¡ATR!

En los respiros hablamos una banda. Me contó de la familia, de Cañada, del viejo al que le dicen el Lobo y es un concejal del PJ… Me dijo que tenía novio, que se iba a casar con él. Luis se llama el chabón. Luiggi, lo llamaba ella. ¡Cualquiera! Es arquitecto también, gente del palo… pero de guita posta, hijo de un sojero. Ella hablaba de él sin burlarse, era extraño. No se caga así a un novio sin odiarlo. Y me dijo que no había historia. Que si bien el loco no sabe todo lo que ella hace se imagina que anda con otros tipos. Me dijo que era micropene… que no es solo que tiene un chisito, como yo le dije, sino que es algo peor. ¡Un garrón! Igual medio como que lo pajeaba, qué sé yo, algo así. ¡¿Qué se le hace a un tipo que tiene una pinchila de cinco centímetros?! Imagináte que esta flaca era una zorra; le cabía más la verga que comer al mediodía… Me dijo que, para ella, coger era distinto de amar… y que a Luiggi lo amaba. Viste como son las turras… no se casan por interés, antes se enamoran del chabón. Después me contó otras cosas, de cómo diferenciar amar de querer y eso…

¿Lo qué?

Amar es tragar y querer es escupir… dijo la loca. Y que no hay nada más despectivo que cuando te la comen no te miren a los ojos.

¡Pobre mina!, dijo el Tano. Le re cabía vivir.

Para mí que la mató el salchichita… de puro resentido.

Loco, vos estas hasta las manos. Tendrías que consultar con un abogado. Mirá que esas bolas corren.

No sé qué hacer, Tano… Te dije que terminamos mal. Terminamos horrible. Parece que la mina a veces se deprimía y le cambiaba la bocha… Bipolar era… Un domingo nos quedamos en su casa. Vimos una película y le pintó el bajón. Yo estaba re armado, con la verga en la mano… y como siempre éramos un poco exaltados la agarré contra la pared. Hubo una discusión ahí pero yo estaba re armado. No le di bola. Le eché uno medio trabado. Pero, aunque ella lo aceptó, después la situación se espesó. Me empezó a decir giladas. Yo, además, tenía que agarrar parte de la guita del laburo. Y pensé que me estaba chicharreando para no largarme guita. En un momento, cuando las injurias estaban subiendo de tono, le avisé que me iba, que me abriera la puerta. Me levanté, corrí la silla hacia atrás y le di a un mueble con el respaldar; tiré unas copas; me parece que eran un recuerdo importante… Pedí perdón y ella entró a gritarme. Le dije otra vez que me iba y que me abriera la puerta de calle, que siempre se cerraba con llave después de las 9. La mina me gritaba: ¡Andáte, andáte! Y yo ya supe que ese era el final. Estaba bien, yo no me oponía, me parecía suficiente. Pero Sole estaba re loca y eso me asustaba. Le dije otra vez que me abriera la puerta de entrada y no me daba bola. De tanto gritar empezó a llorar pidiéndome que me fuera. Yo le decía que se calmara y ella me empujaba hacia el pasillo. Así, de a poco, terminó sacándome de la casa.

Afuera, la noche estaba fresca. Yo me había dejado mi campera jeans en el sofá. Me puse a mirar la luna, esplendida y muda en mitad del cielo. Y después de un rato, sin saber por qué, me puse a pedirle perdón. A pedirle mi campera y que me abriera la puerta de calle. Le decía que no podía andar saltando los muros y salir por los techos, que eso me hacía sospechoso, me apeligraba. Le rogué que abriera la puerta. Ella solo seguía repitiendo su cantilena. ¡Andáte, andáte!…

Qué agite de mierda, amigo.

Yo estoy meado por un elefante africano… Por dios te juro, Tano, no le di un bife ni nada. Viste que a algunas minas les cabe esa. A mí no me gusta esa onda de pelear y arrancar un polvo de contragolpe. No me va ni ahí esa onda. Mi viejo me dijo que a las minas no se les pega ni con el tallo de una flor… Pagué un homicidio, amigo… Estuve casi 7 años en la tumba. Pero ni antes ni después me hice cartel de matón porque no me caben esos berretines. Al finado lo primerié antes de que me la diera él a mí. Las minas son víboras, loco. La mujer de este pibe, una enferma que me culeé un par de veces y que me hizo la vida imposible con la Gladis, mi primera mujer, lo llenó de odio; el quía me prometía balas todo el tiempo. Hasta que una vez me agarró a los balazos cuando iba en el auto con mi viejo. No me quedaba otra. Era él o yo, Tano. No me tembló el pulso; lo maté como a un perro, no dejé que lo volviera a intentar. No lo festejo pero estoy vivo por eso.

Parece que tanto le pedí que me diera mi campera, donde tenía mis cosas, hasta la tarjeta del cole para irme, que Sole me abrió y sacó la mano con el abrigo. Fue entonces, quizás equivocadamente, que para que no volviera a cerrar, metí un cachete del culo entre la puerta y la abertura y quise meterme. La mina estalló en gritos y manoteó un Tramontina de la bacha; me dio un puntazo en el culo y volvió a cerrar la puerta. Empecé a sangrar. ¡La concha de tu madre, loca de mierda! ¡Solo quiero que me abras la puerta de calle! ¡No quiero que los vecinos llamen al comando, tarada!… Ya no había más nada que hacer; estaba pensando en saltar por el tapial de la casa del mecánico cuando el tipo abrió la puerta de su casa y me preguntó qué pasaba. No lo vi, pero sé que estaba re enfierrado. Le dije más o menos lo que pasaba y me abrió. Obvio, la escuchaba gritarme. La conocía, seguramente. Eso fue todo. Sole me bloqueó del facebook y no me respondió más mensajes. Después dejó de venir a la obra, aunque yo sabía que ella salía de vacaciones en estos días, pero las adelantó. Y ahora pasa esto. ¿Ves que soy el perejil del siglo?

7

Cano, como siempre, cortó por lo sano. Al otro día, cuando llegué al laburo, vi a Sosa, uno de sus alcahuetes, yendo a sentarse al guinche. Cano está arriba, me informó. Al bajar mi tío me dijo: acompañáme, vamos a calle Caferata. Y en el camino me avisó que me tenía que suspender; me anticipaba las vacaciones, me dijo y me dio unos mangos que no me alcanzaban ni pa forros. El mensaje, más claro que el agua: ¡Curtíte, pancho!… Me mastiqué las puteadas. Le dije que me podía llevar a otra obra pero él me respondió que a las que me podía mover eran todas obras de Bertelo. Y que Bertelo ya sabía todo por Marioni, el jefe de los electricistas. ¿Qué quería decir con eso? Me dijo, el muy careta, que cualquier cosa, si necesitaba plata, le pidiera. Yo le dije que necesitaba plata y por eso laburaba. Pero él me pidió cordura. “Anda a hablar con la Dra. Salazar”. Arrancaba una semana difícil.

 Me fui a ranchar a mi casa y paré en un chino para proveerme; la invernada iba a ser dura. Pensé ahí que había tucas de ella por todas partes. Mi casa era un asco, hacía unos quinquenios que no limpiaba a fondo. Pensé que lo más triste era que no me había podido sentirme mal por Sole porque tenía que estar pensando en mí y en mi destino. Ni siquiera tenía una puta acusación y esta mersa ya me echaba a los lobos. Tenía que ir a ver a la vieja Salazar… ¡De una! Pero ya no tenía ganas de salir… quería deprimirme como un bicho canasto. Encerrarme en mi casa. Olvidarme de ella, de mi papá, del finado que hice. Olvidar mi mugre, mi deseo, mi alegría, los vicios. Olvidarme del pan y la sangre… ¡Concha de dios! ¿Por qué cree la gente que soy un monstruo? Si llegaba la citación me iría al Paraguay.

 Me tiré en la cama ni bien llegué. Me clavé una pepa para torrar. El colchón estaba re hundido y apestaba a esperma. No pude dormir más que un par de horas, dos o tres, pero soñé. Soñé la voz de mi viejo cantando el chamamé de Félix Chávez que tanto le gustaba:

Vaga mi pena en las brumas que le dejó tu olvido…

En el sueño, Mercedes, mi comadre, aún era mi amiga. Veníamos caminado por la costa desde el Parque Urquiza y quizás para frenar un poco la marcha, extenuados de ver nomás los ejercicios de parkour que realizaba un chabón vestido de ninja, nos detuvimos. Estábamos frente al Parque España, al pie mismo de las escalinatas. Yo no quise interferir prontamente en el goce que me producía la voz de mi viejo cantando ese chamamé melancólico y me quedé en silencio.

Ando muy triste en la ruina de un tiempo feliz…

Pero por suerte, Mer, oliendo el tufo podre de unos trozos de tongolito que algún pescador frustrado había dejado sin encarnar, salió en mi rescate y me dijo:

¡¿No será hora de matar el recuerdo de esa zorra?!

Pegué un cabezazo, no de contrariedad sino de despabilamiento. ¡Concha! De ahí en más, nuestro camino por la costa en dirección norte, torció hacia el centro de la ciudad e hizo su segunda escala en un bar. Nos sentamos los tres, porque en el trayecto se había sumado Soledad.

¿Por qué me pasa esto?, les pregunté.

Las dos callaron.

¿Por qué me pasan estas cosas?, volví a preguntar, levantando la voz.

Entonces la arquitecta empezó a mostrarme sus hematomas. Así me dejaste.

¿Vos también me vas a imputar?

Mirá…, le empezó a mostrar a Mercedes las marcas.

Le hice un gesto para que la cortara y no sé si se asustó o hubo otra razón pero volvió a quedarse muda. Mercedes que había permanecido sonriente mientras ella le mostraba sus heridas purulentas, pidió cigarrillos. Me di cuenta que se me habían acabado los puchos. Y en un ínterin en que ella fue al baño, Mer me dijo que no se quedaría, que estaba iniciando una nueva relación, que ya no me amaba. Yo le dije que se fuera cuando quisiera, que me quedaría con Sole.

¿Te gusta esa piba?

No, le respondí. Ahora no… Me vino a hacer un careo, boluda.

8

Por si no me faltaran turbaciones, a mitad de semana empecé a manifestar los síntomas de una gripe y estuve planchado dos días en cama, mirando la tele, casi sin comer, con Amoxicilina y tecitos Vic. Hacia el jueves vino Cano. No quería recibirlo pero necesitaba plata. Pensaba que me iba a atosigar con preguntas y a contar chismes, como era su costumbre. Odiaba a ese tipo. Pero nunca llegué a saber qué clase de odio nos unía.  Era mi tío, el hermano de mi vieja a la que yo no le pasaba cabida y dejaba que se matara de a poco con el escabio y con su marido croto. No era odio filial. ¿Por qué mierda me seguía dando laburo, cagándome la pinchila con tanto gusto? ¿En qué se respaldaba su tiranía?

Le abrí para mostrarle mi mala vida. Para que el cabeza de pija la disfrutara y me diera unos pesos. ¡Por dios, Matías, mirá la roña en que vivís, loco!, me dijo. Lo invité unos mates y él me dijo que no, que preparara tereré. Entre mis pocas plantas, que no cuidaba para nada, pero vaya a saber si por la humedad de mi casa o por qué, crecían abundantemente en dos macetitas, una con menta y otra con yerbabuena. Preparé el tereré y Cano me dijo que tenía una changa. Era en la casa del arquitecto Bosco, un viejo socio suyo. Me dijo que había pensado que quizás era mejor dármela a mí pero que tenía que comprometerme en hacer bien el laburo. Le dije que sí, que obviamente estaba de acuerdo y que había pensado bien por primera vez en mucho tiempo. Me contó entonces que la casa de Bosco estaba a la vuelta de la obra, a media cuadra de Plaza Bélgica. Al toque le pregunté entonces por la obra y él me dijo que iba todo igual. Yo estaba por decirle que ni había hablado con Salazar cuando él me dijo que se había agarrado al asesino de la arquitecta Mattini, que por los registros del Facebook de la mina se había identificado al tipo… Me dijo que el novio de la arquitecta había estado detenido y que la confesión de este chabón lo zafó. Después, como si nada, cual acostumbraba, Cano cambió de tema. Sin autocriticarse, sin cambiar la cara ni la sonrisa, me empezó a contar que la Angelita lo había dejado al chaqueño por Clemente, otro correntino borrachín impertinente con veleidades de cuchillero. Todo el mundo en el barrio espera el duelo criollo cuando se crucen. 

9

El lunes aquel arrancaba la primavera en Rosario. Primavera que cuando quiere ponerse paraguaya entra a supurar el colorete rosado de los lapachos y el verde azulado de los árboles de la costa. El río se enjoya… Rosa y dorada, la ribera… / La ribera rosa y dorada… Las pibas se liberan de las ropas de invierno y hay ebullición de esporas y de todo tipo de leches. Empezábamos a laburar en la casa de Bosco y nuevamente el día era mi abogado. ¡Buen día, señor Kuarahy!… Nuestra labor era romper un cuadrado del techo de la casa para que los herreros hicieran una escalera de metal, y seguir arriba, levantando una pieza y un salón, todo con ladrillo visto, con techo de machimbre de guatambú, tirantes de yvyra pyta y chapas de cinc pintadas de negro, corte los chalet que hay en barrio Aldea; Bosco iba a mudar allí la biblioteca de su mujer, profesora de historia, que ya lo tenía con los huevos al plato.

De catango me llevé a un pibito del barrio. Le decíamos Gauchito porque si no le das puchos y escabio no te pasa cabida, el cara e nada. De toque nomás, tracé el cuadrado en el piso de la terraza, lo marqué con la amoladora con disco para concreto y después le dije a Gauchito que empezara a darle con el martillo de Cano, firme pero que eso significara cagarle la máquina al paraguayo, que salía más cara que lo que íbamos a ganar él y yo en ese laburo. El chabón arrancó y yo bajé otra vez para poner dos puertas… Para mediodía tenía las dos puertas colocadas y el Gauchito ya tenía cocinado el agujero. A las 12 nos fuimos a comer al Parque Urquiza y nos clavamos un par Quilmes pa no quedar rengos. Le dije que yo me iba a rajar un rato a la obra de Cano para traer unas herramientas que nos iban a hacer falta. Le dejé la tarea de terminar de amurar una puerta; que se preparara el cemento en el balde y después se pusiera a limpiar. Tenía que barrer todo y juntar la mugre en las bolsas que estaban en el patio y dejarlas después al lado de los volquetes de basura, no dentro sino al lado. Y que después de eso se podía ir a la bosta y le correría todo el día.

  Tenía ganas de tomarme otra birra más así que después que Gauchito se fue a terminar me pedí otra Quilmes. Cerca de las 2 me fui para la obra. Cuando llegué, saludé a los de seguridad y dije que venía a buscar unas ropas y herramientas mías. Pregunté si Cano les había dejado dicho que iba a pasar y me dijeron que sí, que pasara. Entré y saludé a los pibes de la cancha. Al gil de Sosa ni lo miré. Subí al comedor y vestíbulo de nuestra plantilla; junté las pilchas y las herramientas que me había prestado mi tío y de repente empecé a escuchar los gritos de loro barranquero del viejo Chaco. Al bajar lo miré al Enzito y, ¿¡qué onda?, le pregunté con un gesto.

Está re en pedo, me respondió Cachorro. Desde el mediodía anda batiendo boludeces. Parece que se cruzó con el macho de la mujer y se comió los mocos.

Ya lo voy a agarrar a ese cursiento, hilacha, muerto de hambre… Mi lengua po’i tiene hambre, pe añamemby… ¡Cachafaz de mierda! ¡Correntino puto!

Ese día estaba señalado como el de ajustar cuentas. El chaqueño estaba hasta la verga y esa situación me despertó el odio hacia Cachorro, que le metía el vino y ahora se hacía el otario. ¡Con vos vamos a arreglar cuentas, pendejo!, le dije. No hubiera sido distinto, pero para colmo de todo y por un mero culazo del azar, justo cayó Bertelo a la obra. Y como no podía ser de otra manera, la jeta del albañil seguía rebelde y locuaz.

¿Qué hace usted acá?, me preguntó el capo.

Vine a buscar algunas herramientas de mi tío; él me dio permiso, le respondí. Lo tengo que esperar y nos vamos a otra obra.

Bien, puede esperarlo afuera… Acá no puede estar porque usted no es personal de esta obra y no está asegurado.

Tenía ganas de darle un tortazo al viejo puto ese. Qué pasaba si, de repente, le ajustaba un cuchillo en el cogote y le decía: ¿qué te pasa a vos? ¡Se le iba a llenar el culo de preguntas!

Me fui hacia la calle y antes de trasponer la puerta, después de despedirme de los muchachos de la guardia, el batuque del borrachín ganó su ansiado protagónico. No me fui porque empecé a escuchar el diálogo de sordos entre el chaqueño y el capo.

Señor, usted no puede trabajar en ese estado de ebriedad… ¡Bájese ya mismo del andamio!, le exhortó Bertelo.

Todo esto se daba en la zona del pulmón del edificio. Chaco estaba laburando en el balancín a la altura del quinto piso y Bertelo le hablaba desde la planta baja.

¿La madre de quién?, gritó Chaco.

Bájese, señor. ¡Por favor!

¿Y usted quién es?

¡Bertelo!, dijo el capo, como si fuera el diablo, y se puso a llamar a Cano por el nextel.

¿Bartolo?, se burló Damián Alegre, y lo nombro con nombre y apellido porque en ese mismo instante, dicen que, pues yo no lo vi, el chaqueño miró a todos sus compañeros despidiéndose y se largó al vacío.

Mario Castells nació en Rosario en 1975. Publicó el ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (en colaboración con Carlos Castells, 2010), el poemario Fiscal de sangre (firmado con el heterónimo Juan Ignacio Cabrera, La Pulga Renga, Rosario, 2011), la nouvelle El mosto y la queresa (EMR; Rosario, 2012; 2da. ed. 2016), la crónica Trópico de Villa Diego (EMR, 2014) y Diario de un albañil por Caballo Negro editorial (2021).

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