El preacuerdo con el FMI precipitó los tiempos políticos. Un gobierno con tendencias diletantes se vio obligado a expedirse con mayor claridad y comenzar a blanquear los términos de un acuerdo que hasta el momento se debatía a puertas cerradas. A esta instancia de negociación con el FMI –el desafío más difícil para la convivencia de la coalición gobernante- le precedieron una serie de prolegómenos que van desde el discurso de Cristina en Cuba –denunciando las irregularidades del crédito otorgado por el Fondo y pidiendo que se contemplen en la negociación- hasta su discurso en diciembre del año pasado, en oportunidad de la visita de Lula a la Argentina, en el que también cargó las tintas contra el organismo multilateral. No fueron las únicas intercesiones de la ex presidenta. En noviembre de 2020, mientras una misión del Fondo visitaba el país, el bloque de senadores del Frente de Todos envió una carta a Kristalina Georgieva. Unas quince páginas que acaso sean el texto que más claramente explique la serie de irregularidades en las que incurrió el Fondo en su relación con nuestro país, tanto en el pasado como en relación al último préstamo.
Colocada en esta circunstancia, la coalición gobernante que logró sacar a Macri de su estancia en el sillón de Rivadavia, exhibe fracturas cada vez más expuestas. No es improbable que se encamine a un escenario absolutamente anómalo, como el que puede producirse en caso de que el acuerdo sea votado en el Congreso por una parte de los legisladores del oficialismo y de la oposición, pero sin el acompañamiento de una porción significativa de sus propios diputadxs y senadorxs. Excede este texto el debate minucioso acerca de los términos del acuerdo. Voces muy autorizadas coinciden en lo ruinoso que resultaría para el país. Pero, sobre todo, cabe subrayar lo siguiente: es un acuerdo que parece romper el contrato electoral del gobierno con sus votantes. Entre la promesa de revisar la deuda y este acuerdo, hay una enorme distancia, no menor que aquella que aleja a aquel presidente de marzo de 2020 que prometía iniciar querella criminal contra los responsables del endeudamiento de aquel otro más reciente, que anunció el preacuerdo con el Fondo usando las asépticas palabras “problema” y “solución” y sugiriendo que sería un agente un tanto impersonal como “la historia”, la encargada de juzgar el accionar de la gestión anterior.
Luego del anuncio del preacuerdo, los movimientos sísmicos en el Frente de Todos no tardaron en llegar. Y si bien no se expresaron en ruptura, los malabares para sostener la unidad requieren una cada vez mayor y estrambótica destreza. El Frente –hay que decirlo- nació como una criatura anómala: con el sector mayoritario de la coalición colocándose como escolta de uno de los socios minoritarios. Éste último quedaba con el manejo del clave Ministerio de Economía. Durante un transcurso de tiempo, las diferencias resultaron saldables. ¿Se cruzó ahora en cambio el umbral que separa la diferencia del antagonismo?
Así parecen insinuarlo varios protagonistas del ala kirchnerista de la coalición, quienes manifestaron su oposición a este acuerdo, no sin antes proponer un abanico de alternativas que incluyen desde una consulta popular que conduzca al pueblo a expresarse en relación a la deuda hasta la elevación del caso del endeudamiento argentino al Tribunal de la Haya, pasando por propuestas de reestructuraciones –y no de un mero refinanciamiento. Ocurrencias que fueron cortesmente escuchadas y desoídas.
Mientras se desenvuelven las sucesivas etapas del naufragio, se oyen los violines de una orquesta que ofrenda un canto a la Unidad. Una Unidad que suena cada vez más vaciada y abstracta. Es llamativa la manera en que buena parte del ecosistema informativo identificado usualmente con el campo nacional y popular ha venido curvando sus posiciones, aproximándose a las posiciones del Presidente y alejándose sutilmente –y a veces no tanto- de aquellas sostenidas por el kirchnerismo. Puede advertirse en editoriales o entrevistas de reconocidos periodistas. Un coro por la Unidad a toda costa, porque en frente está el cuco.
Y efectivamente, en frente está el cuco. Pero una cosa es conformar una coalición para ganarle una elección al cuco y otra muy distinta es gobernar todo el tiempo pensando en el susto y el miedo que puede causar. No es posible gobernar medrosamente.
Posibilismo
Aún cuando relevar los condicionamientos epocales en los que se inscribe la acción política es absolutamente necesario, ese ejercicio, transformado en un hábito, acaba resultando inconducente. La lucidez para comprender las coordenadas de la actualidad es preciso que sea seguida por la fuerza de la voluntad y la astucia del ingenio. Una cosa es la lectura de las condiciones de posibilidad para la acción y otra es el posibilismo. En la primera, el acento está puesto en la acción. En la segunda, el tilde lo llevan las condiciones. Y ese ejercicio minucioso de relevamiento de los condicionamientos se vuelve prácticamente un fin en sí mismo, recetando inequívocamente la moderación como estilo político en una retórica, sostenida en el tiempo, acaba confundiéndose con la resignación. ¿No es provocar ese temor y ese sentido de impotencia uno de los primeros objetivos de la extrema derecha cuando se exhibe provocadora y desenfadada? Y cada vez que con ese estilo logra el repliegue y el amedrentamiento del adversario, ¿no es así que comienza a adelantar posiciones en el tablero de la batalla cultural? Así como el posibilismo parece tener colocada su sensibilidad en la captación de los límites de la acción, cabría preguntarse por los límites que se autoimpone esa misma posición posibilista. ¿El posibilismo tiene sus propios límites internos o su voluntad de repliegue es infinita? Cada vez que se retrocede en una iniciativa (por nombras algunas… Vicentín, reforma judicial) las fuerzas del tablero político no permanecen neutrales. Por el contrario, van inclinando el tablero a favor de las derechas.
Creo importante insistir sobre el siguiente punto: es necesario el análisis de los resortes subjetivos y psicológicos que acolchonan al actual capitalismo. Y, sin embargo, no se puede acostar a la política en el diván y conducir todo el campo político a una suerte de psicologización examinadora de las condiciones de producción de subjetividad. Si de batallas culturales se trata, tal como sostenía Gramsci, el pesimismo de la inteligencia debe conjugarse con el optimismo de la voluntad. ¿Cuáles son las consecuencias –en las militancias, en lxs simpatizantes, en fin, en el pueblo- de discursos que permanentemente colocan el acento en los límites y obstáculos de la acción política? Quienes sostienen estos discursos, ¿creen estar describiendo objetivamente las condiciones de una correlación de fuerzas que es externa a los discursos que ellxs enuncian o asumen la eficacia performática de los discursos y, por ende, asumen que sus propios discursos –y sus repeticiones- coadyudan a la cristalización de un modo de percibir la realidad y de las tendencias que ellxs describen? Después de todo, el agigantamiento del adversario sólo es posible en los ojos de quienes lo observan y la reiteración de este tipo de discursos prudenciales produce una lenta pero sostenida corrosión del ímpetu y el impulso político.
Las derechas de principios del siglo pasado se nutrieron no escasamente de la lectura de referentes de izquierda como Grasmci o de vanguardias artísticas tales como el futurismo italiano. El estilo transgresor del que se revistieron–diferenciándose de derechas conservadoras- y la batalla cultural que libraron se alimentó de esas lecturas y estilos. Fue uno de los modos de disputarle a las vanguardias comunistas las simpatías y adhesiones de una juventud frustrada que demandaba transformaciones radicales. Entre otras tantas variables, fue la comprensión de esas asfixias juveniles y su capacidad para interpelarlas, los fenómenos que pueden explicar el ascenso de los fascismos y del nazismo en la Europa de entreguerras. Una Alemania sobre-endeudada, derrotada y humillada, con hiper-inflación, demandaba soluciones radicales. La socialdemocracia que precedió al gobierno de Hitler no logró interpretar y canalizar esas demandas. Ante el cada vez mayor protagonismo del nazismo, su estrategia fue la progresiva moderación, lo que se convirtió en el pasaje seguro hacia la derrota.
El cultivo de la moderación, lejos de conectar con las corrientes afectivas de las juventudes, hace de la política algo lejano y poco convocante. El movimiento nacional y popular, a comienzos del siglo XXI, supo reinventar imaginarios, transformar sus simbologías y conectar el presente con una larga historia de luchas sociales y políticas. Fue así que logró convocar a las juventudes y re-incorporarlas a la política luego de la apatía y frivolidad que caracterizaron a los noventa. Es trazando una continuidad con esas marcas que se hace posible pensar en la revitalización de la impronta nacional y popular. Si la rebeldía se volvió de derecha –tal como sugiere el título de un libro de reciente publicación-, entonces es preciso disputar el sentido de lo que implica ser rebelde.
En menos de un año y medio, la región vivió la vuelta al poder del MAS en Bolivia, el triunfo de un outsider de izquierda en Perú, la llegada a la presidencia de uno de los protagonistas de las luchas estudiantes en Chile, al tiempo que encara un 2022 en el que se aproximan elecciones claves en Colombia y Brasil. En ambos países lideran ampliamente, la izquierda en el primer caso, el PT en el segundo. Es cierto que ha habido un avance de las derechas que adoptan estilos más cruentos y fascistoides, en consonancia con lo que sucede en todo el planeta. Y sin embargo, ¿cuántas derrotas más tiene que sufrir la derecha en nuestro continente para empezar a relativizar el discurso y el imaginario que desde ciertos sectores progresistas sostiene un agigantamiento de esas derechas y un panorama apocalíptico del presente?
Mientras tanto, parece claro que la combinación de la prepotencia de las derechas con el carácter medroso de progresismos e izquierdas, no puede conducir a ningún buen puerto. El estrechamiento del imaginario transformador implica ya un triunfo de la derecha en la batalla cultural. Revertirlo implica un cambio de perspectiva y de disposición.
Alejandro Campos es Lic. en Ciencia Política (FSOC – UBA), especializado en Comunicación, género y sexualidad (FSOC-UBA). Es profesor regular de las materias de filosofía y sociología en Instituto Peac y Comunicación y Cultura en el profesorado Hans Christian Andersen. Coordina talleres de filosofía en espacios culturales. En Instagram, @alexcsly.