Una de las características más notorias de la deslucida campaña electoral en curso es la interpelación a la juventud, la franja etaria más golpeada por la decadencia económica y social que arrastra al país desde hace ya unos cuantos años. La juventud fue sin dudas el destinatario más identificable de los mensajes de campaña, quizás porque se percibe que entre lxs jóvenes se encuentra la mayor cantidad de indecisos.
Este rasgo proselitista fue anticipado por las estrategias de comunicación de los libertarios, el sector político que más trabajó en torno a la subjetividad juvenil, apelando a un lenguaje e iconografía apuntado específicamente a seducir a los más pibes y pibas. Quizás incluso exageradamente, en tanto el mensaje libertario parece casi por entero destinado a lxs más jóvenes. En los últimos meses, el oficialismo intensificó su retórica dirigida hacia este segmento de la población. Acaso precipitado por sondeos que arrojaban cierto distanciamiento con la juventud, el gobierno multiplicó gestos en vistas a recuperar el lazo que supo construir el kirchnerismo con los más pibes.
El despliegue militante y callejero que rodeó la aprobación de la ley de aborto seguro, legal y gratuito implicó una breve revitalización del oficialismo con la juventud, pero constituyó más bien un intervalo en la tendencia al debilitamiento de ese lazo, creado en parte por la dificultad de este gobierno para generar una mística militante y por las restricciones impuestas por la pandemia, que impactaron mayormente en la vitalidad de aquellxs que están en edad de fiesta. Con el sentido de la oportunidad que la caracteriza, Cristina colocó en el centro de la campaña a lxs jóvenes al mencionar al rappero L-Gante. Lo hizo procurando trazar una línea entre dos puntos acaso distantes a primera vista, pero cuya ligazón no es antojadiza: el programa conectar igualdad y la popularidad de un youtuber. Al hacerlo, Cristina enlazó las prácticas juveniles -ligadas a las lógicas del mercado global de las redes- con una política pública, como si señalara un punto evidente pero no tan perceptible: el acceso a una computadora no es solamente acceso a la educación, sino también a la posibilidad de difusión y de creación de estilos expresivos que pueden tornarse altamente populares. “Si todos los pibes tienen computadoras, se incorporan al mundo digital, es posible que haya muchos que formen empresas que tengan que ver con las nuevas tecnologías o también descubran sus calidades artísticas”. Al subrayar esta relación, la connotación de una política como el Conectar Igualdad se multiplica, ya no solamente ligada a la inclusión educativa sino también a la posibilidad expresiva.
Desde hace ya algunos años se ha intensificado la disputa por la representación que se hace de las juventudes. Una disputa librada no solamente por los discursos políticos sino también por los religiosos. La propia iglesia católica, consciente de su decreciente poder de atracción, imprimió un particular énfasis a sus mensajes dirigidos a las juventudes. No solamente buscó galvanizar la mística católica al elegir al primer papa no europeo de su historia, sino que comenzó ese papado con un viaje a Brasil que tuvo como eje el encuentro con jóvenes a los que se convocó a hacer “lío”. Tampoco se quedaron atrás las iglesias evangélicas que, en su devenir militante, apelaron sobre todo al dinamismo reaccionario de algunxs líderes jóvenes. Son apuestas por canalizar el masivo descontento del segmento de la población más golpeado por la crisis del capitalismo abierta en el año 2008, y nunca realmente suturada. Apuestas que se dan en el marco del predominio de imaginarios distópicos y apocalípticos que nublan el horizonte y señalan la incapacidad para crear una imagen de futuro que anime la actualidad. Estos imaginarios, tan extendidos en la industria cultural, ominpresentes en las series, películas o en videojuegos, más que dar cuenta de un fracaso para trazar un puente hacia el futuro, antes que reflejar las coordenadas epocales, representan más bien la configuración de la sensibilidad de una época que busca agitar temores. La sensibilidad distópica, a la vez que obtura una imagen de futuro, resulta afín con una vida que es vivida en la instantaneidad del puro presente, que parece ser lo único que queda.
Pero la representación que los discursos políticos y teológicos hacen de las juventudes corre en paralelo a la vida concreta de quienes están atravesando esa etapa de su vida. Las revueltas protagonizadas en todo el continente poseen el denominador común de encontrar a las juventudes lanzadas a la calle, desde el movimiento estudiantil en Chile o en Colombia, hasta las protestas en Perú o en Argentina. Con la particularidad del involucramiento de estudiantes secundarios, es decir, de un activismo y militancia que se despiertan cada vez a menor edad. Recordemos, por ejemplo, la intensidad de las luchas juveniles en Argentina contra la “Escuela del futuro” diseñada por el gobierno de la ciudad.
Durante la pandemia, y sobre todo con la llegada del verano, surgieron momentos de rispideces entre una juventud con ánimo festivo y un gobierno obligado a seguir tomando medidas restrictivas. Fueron tensiones puntuales marcadas por la circunstancia de la pandemia. Sin embargo, si observamos las demandas levantadas por los más pibes y pibas durante los últimos años, en el marco de una economía devastada, las principales consignas políticas no se relacionan al goce y al placer, sino sobre todo a la necesidad de una buena educación y de un buen trabajo. Es lógico que así suceda, porque la economía política y la economía libidinal tienen más lazos de los que creemos. Y es más fácil encontrar goce y placer en el marco de una sociedad que no esté sobre-explotada. Algo que también nos han enseñado aquellos feminismos que pusieron en el centro de la escena la relación entre lo macro y lo micro-económico. “Vivas y desendeudas nos queremos”, una consigna levantada frente al Banco Central, y que tiene la puntería de señalar el modo en que un factor macro-económico como la deuda impacta en la vida cotidiana.
“Lo personal es político”. Continuar los trazos de esta vital consigna feminista no implica hacer de la política una terapéutica –como parecen hacer algunas campañas-, sino hacer de la terapéutica una herramienta política.
Alejandro Campos es Lic. en Ciencia Política (FSOC – UBA), especializado en Comunicación, género y sexualidad (FSOC-UBA). Es profesor regular de las materias de filosofía y sociología en Instituto Peac y Comunicación y Cultura en el profesorado Hans Christian Andersen. Coordina talleres de filosofía en espacios culturales. En Instagram, @alexcsly.