Escuché mil veces frases del estilo “Qué suerte tenés de poder irte, no vuelvas que allá todo es más fácil y mejor”. En especial a finales de 2017 y principios de 2018, un poco antes de que decidiera irme a Francia durante un año con la idea de emprender un viaje por Europa.
No hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que allá efectivamente hay más posibilidades y una mayor estabilidad económica, pero pocos cuentan sobre las dificultades de estar rodeado de culturas diametralmente opuestas a la de uno y, sobre todo, convivir con ellas a miles de kilómetros de casa.
Mi experiencia en el viejo continente fue, en general, altamente positiva -no lo voy a negar-, pero me parece necesario desarmar ese ideal irrisorio que muchos medios de comunicación plantean sobre la emigración.
Para empezar: mi idea de emprender esta aventura y salir a conocer otros mundos nació a partir de un momento personal muy distinto al que se suele mencionar y creer. Yo no me fui a buscar mejores condiciones o una posición económica que me “asegurara” un futuro. De hecho, no me iba nada mal en Argentina, trabajaba como profesional, tenía un sueldo por encima de la media en relación a la mayoría de mis colegas de otros medios de comunicación y, por si fuera poco, ¡estaba en blanco!: un sueño para la mayoría de los periodistas.
Mi noción no era “escapar” sino conocer esas otras culturas de primera mano. Fue así como en septiembre de 2018, con Gastón, un excompañero de la universidad y amigo, partimos a Francia luego de obtener una visa de “vacaciones y trabajo” que nos iba a permitir vivir allá durante 12 meses y trabajar legalmente.
Preparamos el viaje con meses de antelación para que no quede nada librado al azar y no tener problemas. Habíamos demostrado 2000 euros de fondos económicos, pasajes de avión, seguro de viaje por un año y, además, habíamos presentado la carta motivacional que se solicita en la embajada francesa para poder acceder a la visa. Los requisitos no son pocos ni sencillos.
También habíamos investigado a través de incontables grupos de Facebook, blogs, y webs especializadas sobre qué tipo de trabajos eran los más recomendados respecto al idioma y el tiempo que teníamos, las ciudades con mayor accesibilidad y hasta de qué manera preparar los CV´s según la costumbre francesa. Así fue como París pasó a ser la ciudad elegida. Cosmopolita, con oportunidades laborales en cada esquina y perfecta para una inmersión a la cultura de nuestro nuevo hogar.
Pero los problemas no se hicieron esperar.
La ciudad de las luces está saturada de pisos de alquiler temporario para los turistas y casi no hay espacio para los habitantes “fijos”, por lo que esas pocas habitaciones que sí se alquilan por periodos extensos suelen costar una fortuna, casi la mitad de un sueldo o más. Por lo que concluimos que “París es sólo para vivir en París”, nada de viajar los fines de semana a otros lugares para conocer, de ahorrar y hacerse el bon vivant. No, vivir en la capital francesa significaba austeridad dura. El sueldo básico alcanza, con suerte, para pagar el alquiler, el supermercado, el celular y la movilidad interna.
Luego de dos meses de intentar sortear esa dificultad en la ciudad soñada, con Gastón estuvimos de acuerdo en que era imposible para nosotros y que debíamos encontrar lugares más económicos. Así fue como llegamos a Rennes, el corazón de la Bretaña. Ciudad muchísimo más económica y accesible; pero el problema era que no había trabajo para aquellos que tenían esas visas de sólo un año. O sos ciudadano europeo o tomatelás.
Nos quedaba la última bala, la de plata. O salía bien o nos teníamos que volver porque 2000 euros se van muy rápido en un país tan caro si no estás trabajando. Nos fuimos a Chamonix, “Las Leñas europeas”, al pie del imponente Mont Blanc.
Temporada de invierno, pueblos chicos que durante tres o cuatro meses se saturan de turistas, y hoteles y restaurantes ávidos de trabajadores temporales. Voilá, dimos en la tecla. Recibíamos un sueldo básico más cama y comida, que es lo que casi todos los empleadores ofrecen a cambio de ocho o más horas de labor diaria durante seis días a la semana.
Lo cierto es que tardamos casi cuatro meses en poder instalarnos y sólo durante la temporada de invierno. Luego habría que mudarse a la costa azul o al paraíso surfer del atlántico para encontrar un nuevo trabajo temporario que nos ayudara a completar nuestro año.
Por suerte para esa época llegó a Chamonix quien en ese momento era mi novia y compañera, Ana Paula, y fue como un bálsamo para el estrés y la ansiedad que había acumulado en esos primeros meses de viaje. Sin ella, no sé si hubiese seguido persiguiendo esa aventura, porque realmente es muy difícil estar “solo” en tierras desconocidas. La llegada de Ani fue el golpe de aire nuevo que necesitaba, algo que con el tiempo descubriría que siempre es necesario para seguir: el reencontrarse con quienes te conocen y te hacen feliz.

Tras agotarse la visa, con Gastón nos separamos ya que él aplicó a la visa sueca, a la cual pudo acceder por estar aún dentro del rango etario y yo, unos meses mayor de lo requerido, decidí viajar saltando entre el denominado espacio Schengen (países entre los cuales no hay controles fronterizos) y los países de fuera. Es decir, dentro de un término de 180 días, yo podía estar 90 días dentro y después esperar 90 fuera.
¿Cómo fui capaz de costear eso? Bueno, trabajando casi 12 horas diarias, sin pagar habitación ni comida, en pueblos muy chicos durante ese primer año en Francia logré ahorrar bastante. Además, hice muchísimos voluntariados (trabajos de pocas horas en distintos destinos a cambio de una cama y las comidas). De esta manera uno puede hacer un viaje más pausado, conocer mucho más de la cultura y las formas de cada país, ciudad o pueblo y sin gastar demasiado.
Así fue como estuve durante periodos de dos o tres meses en países como Inglaterra, España, Italia, Croacia, Hungría, Países Bajos y República Checa, entre otros en los que estuve no más de un mes (Escocia, Gales, Irlanda, Eslovenia, Serbia, Suiza, entre otros). Y tanto en Francia como en todas las demás naciones noté algo de los emigrantes latinos, sobretodo argentinos, que allí habitan: la mayoría se relaciona entre sí y en menor medida con los “nativos”.
Mi mejor amiga, por ejemplo, vive en Barcelona hace ya ocho años y su grupo de amigxs más cercanos consta de más o menos 15 personas: 11 argentinxs y cuatro italianxs. ¿Por qué? “No sé, se dio así”. La realidad es que comparten códigos, formas de ser, cadencias tan intrínsecas a nuestro ser “argentinx” que se nos hace demasiado difícil no querernos cuando estamos de visitantes. Además, noté charlando con ellxs, que todos expresan sus ganas de volver, aunque sea de vacaciones, para ver a sus familias, comer alfajores, sándwiches de miga, caerle a un amigx sin previo aviso a tomar mates (andá a decirle a un francés de ir a tomar unas birras y vas a ver como saca la agenda para darte cita como si fueras al odontólogo. Es desesperante) y que esté todo bien… En definitiva, todos extrañan Argentina por ser Argentina, la extrañan porque son sus raíces, sus identidades. Y estoy seguro, porque también tuve la enorme suerte de convivir con ellxs en mis viajes, que a lxs uruguayxs, lxs colombianxs, lxs chilenxs y a todxs los latinxs que se fueron buscando un futuro mejor, les duele en el alma estar lejos de sus tierras y de sus costumbres. Relacionarse con sus compatriotas es la energía necesaria que tienen para seguir, así como lo fue Ani para mí en su momento.
Dato no menor para algún distraído o distraída: casi todos lxs argentinxs que viven en el exterior no trabajan de lo que estudiaron, son camarerxs, cocinerxs, trabajan en call centers, de promotorxs, de recepcionistxs, en cosechas y muchas otras labores duras de practicar. Por lo que eso de “emprender” hay que leerlo como “trabajar rompiéndose el lomo” y por un sueldo básico. Sin mencionar que se necesitan una visa o un pasaporte europeo para poder vivir y trabajar tranquilxs, dos requisitos para nada sencillos de obtener y ya de por sí muy tediosos. Nadie te va a regalar nada. ¿Se puede estar “ilegal” y trabajar de manera informal? Sí, conocí argentinxs alrededor de toda Europa en esa condición y les puedo asegurar que si con todo en regla es dificilísimo encaminarse y acomodarse, no se dan una idea de lo que es estar así, sin papeles, sin poder cruzar fronteras, con miedo a que la policía te detenga por lo que sea y se den cuenta de que estás en falta y, sobre todo, lo difícil que es estar sin poder volver a casa, ni siquiera de vacaciones.
En definitiva, vivir en Europa significa una mejora económica y una estabilidad típicas de los países poderosos, pero no es sencillo conseguir esa combinación de un trabajo deseado en un lugar soñado.
Y si alguien tiene la enorme suerte de lograrlo, sepa que es aún muchísimo más difícil no extrañar Argentina, porque, a pesar de lo que te quieren hacer creer, no somos ni por asomo un país de mierda y tenemos muy poco que envidiarle al resto. Deconstruyamos la “fantasía europea”. Invito a todos y todas a intentarlo si es que de verdad quieren dejar todo atrás y vivir una aventura que les va a dar muchísimas alegrías pero que también va a doler. A quienes tengan ganas les diría: Háganlo por ustedes, no porque se lo dicen los demás o los medios, porque como Andrés Ciro Martínez suele cantar… “todos los sueños cargan heridas”.
Manuel Giaccio nació en La Plata, tiene 33 años. Es licenciado en Comunicación Social y trabajó en radio, en el Diario Hoy de su ciudad, en Goal.com y en La Media Inglesa, en las secciones sobre fútbol, polideportivo, cine y arte, policiales, política internacional y turismo. En Instagram, @manuelgiaccio.