Truman Mag

Revista de Ideas

Pensamiento

Arco iris, ¿bandera castrada?

“…la isla de Manhattan luce embanderada con todos los colores del arco iris gay. Que más bien es uno solo, el blanco. Porque tal vez lo gay es blanco. Basta entrar en el bar Stonewall para darse cuenta que la concurrencia es mayoritariamente clara rubia y viril, como en esas cantinas de las películas de vaqueros. Y si por casualidad hay algún negro o alguna loca latina, es para que no digan que son antidemocráticos”.   (“Loco Afán”, Pedro Lemebel)

Chile, 1988. El país se encuentra envuelto en un proceso plebiscitario: Sí o No. Bajo presión internacional, el régimen pinochetista ha debido conceder a los chilenos la posibilidad de decidir la continuidad o el fin de la dictadura. Tras una inicial negativa a participar, los partidos opositores han cambiado de estrategia. Trece partidos conforman la Concertación de Partidos por el No y comienzan a organizar la campaña con un ícono que va a volverse su estandarte: el NO acompañado de la imagen de un arco iris.

 El ícono de la campaña logró imponerse no sin polémica. Su elección fue el fruto de la profesionalización de la campaña, es decir, del barniz del marketing publicitario traduciendo comercialmente las expresividades políticas y sociales de buena parte de la sociedad chilena. “Chile, ¡la alegría ya viene!”, sonaba el jingle mántrico del spot principal. La encrucijada que afrontó la sociedad durante esos meses irradia múltiples lecciones que nos permiten pensar, hoy, el modo en que los afectos circulan en las sociedades y su incidencia en las situaciones y los procesos históricos. El arco iris junto al NO implicó la positivización de esa negativa, la dulcificación de un NO que acabó perdiendo su potencia disruptiva. La trama de esa campaña y de esa decisión publicitaria-electoral sirve de argumento a la película “NO”, que muestra la faceta oculta de esos íconos y esa música que animaron el domesticado pasaje a la democracia del país trasandino. En esa otra faceta están los dolores y los traumas de todas las víctimas de la dictadura, de los familiares de esas víctimas, rastros expresados inicialmente en la campaña opositora, pero luego borrados al momento de profesionalizar la publicidad bajo los mandatos del marketing, que juzgaba esos trazos muy poco eficaces para atraer al electorado. Había que mirar el futuro, no hurgar en las heridas. Hacer un canto a la democracia venidera, no denunciar los horrores pasados.  “Porque nace el arco iris…” continuaba el jingle, “después de la tempestad”. La música y la estética del spot destilan una suerte de vaho cristiano que induce un ánimo y una disposición a la reconciliación y al perdón e instala a la sociedad en una atmósfera de escampe, como si las heridas de los rayos de la tempestad dictatorial no estuvieran todavía abiertas y supurantes, como si pudiesen, de un momento a otro, cicatrizar. La democraciatecnicolor se augura como un nuevo comienzo, un génesis: arco iris después del diluvio universal.

Chile. 28 de junio de 2021. Día Internacional del Orgullo LGTTBIQ+. Carabineros de Chile, la institución que se abocó durante buena parte de 2019 a ejecutar prácticamente una guerra diaria contra la población, sobre la que pesan numerosísimas causas por violación en el marco de esa represión, comparte una publicación de Instagram con el logo de la institución y los colores del arco iris de fondo. “Reconociendo la igualdad y la diversidad”, reza el epígrafe de la foto. Resta poco margen para creer que se trate de una auténtica estrategia de orgullo y resignificación de los apodos más populares que connotan a la institución (“milico culiao”, “paco culiao”), más bien parece un típico caso de pinkwash.

Este año se multiplicaron y se tornaron más evidentes las estrategias de pinkwash durante el Día del Orgullo. La alevosía alcanzó incluso, como ya mencioné, a los carabineros chilenos. Acaso el símbolo del rainbow conserve algo de sus trazos bíblicos, ¿será que algún elemento de la materialidad misma del símbolo se presta para su excesiva adaptabilidad y domesticación? Lo cierto es que las corporaciones se sienten cada vez más a gusto con él y la noción de activismo inexorablemente se devalúa cuando quienes lo agencian son multinacionales cuyas estrategias de inclusión se tornan, al mismo tiempo, exclusivas.

Resulta curioso que se utilice el término pinkwash para caracterizar estas estrategias de la mercadotecnia, ya que lo pink fue lo primero en ser lavado. La bandera original del movimiento, diseñada por Gilbert Baker, contenía ocho franjas y colores, cada uno con su significado. La bandera actual, ya en la amputación de dos de sus colores iniciales, lleva las cicatrices del bisturí mercantil. Al dispararse la demanda de la bandera, tras el asesinato de Harvey Milk, el principal productor quitó el color rosa, poco usado por los fabricantes de ese momento. Ese color era el que representaba la sexualidad. Así, la castración precedió a la masificación del movimiento.

Tomando recaudos para no establecer analogías fáciles, conviene seguir los trazos de los modos en que fue variando la creación de diferentes estereotipos en la historia. Un claro ejemplo de estas mutaciones figurativas lo encontramos en las modificaciones que sufrió la representación de las mujeres. Tal como lo narra Silvia Federici en “Calibán y la bruja”, esa transformación adquirió especial nitidez una vez terminada la caza de brujas, que dio lugar a renovadas representaciones y narrativas acerca de las mujeres, súbitamente dóciles, etéreas, eternas, con una natural predisposición al amor y a las tareas del hogar. El ángel de la casa. Lo impactante es que este viraje en el imaginario se produjo luego de más de un siglo de un feroz despliegue pictórico que figuró a las mujeres como desbordantes, peligrosas, desenfrenadas y lascivas. La edulcoración de la imagen llegó después de una derrota histórica para las mujeres. Una vez domesticadas, acomodadas dentro del hogar, fueron bañadas con una nueva luz que las pintó de otra manera. Los contornos más espinosos de la figura son limados cuando se da curso a procesos de asimilación de expresiones otrora disidentes. Esa limadura, ese moldeado, siempre acompaña las políticas de domesticación. La docilidad, la adherencia a los mandatos epocales aparecen como el alto costo a pagar para el reconocimiento social.

 Ante toda esa insistencia tecnicolor del mercado, vale aclarar algo: el orgullo es afirmación, sí, y también pone en juego una negatividad. Afirmar nuestro deseo implica también una delimitación de lo que ya no queremos: el clóset, la culpa, la vergüenza, las humillaciones, el disimulo. La faz negativa de la positividad del orgullo. Huellas que resultan menos asimilables –menos digeribles– para los dispositivos de la mercadotecnia, que en su manía por pintar todo de pink disimula torpemente su temor a asomarse al otro lado de la luna.

Alejandro Campos  es licenciado en Ciencia Política (FSOC – UBA), especializado en Comunicación, género y sexualidad (FSOC-UBA). Es profesor regular de las materias de filosofía y sociología en Instituto Peac  y Comunicación y Cultura en el profesorado Hans Christian Andersen. Coordina talleres de filosofía en espacios culturales.   En Instagram, @alexcsly.