El concepto del Mal es muy complejo, polémico y ningún autor ha podido establecer su real significado. Grandes pensadores de la historia filosófica como Nietzsche, Kant, Freud, Arendt y de literatura como Stevenson, Camus y otros, han realizado grandes esfuerzos por intentar dar una forma cognoscible a este término que con tanta frecuencia comparte nuestra existencia. Por lo que vemos, a lo único que podemos aspirar tras esta redacción es sólo a una aproximación.
El Mal podría definirse como aquella intensión de afectación hacia otra persona a partir de la cual se pretende un interés particular. Pero, ¿siempre el mal se hace a partir de una intensión hacia otro? ¿No existen a caso afectaciones carentes de interés? ¿La ignorancia en el actuar y en el pensar no prolifera el uso de este concepto? Hannah Arendt, de origen judío y gran investigadora sobre este término, quien vivió las aberraciones del Nacional Socialismo, observaba el mal como el producto de la no aplicación del razonamiento en contextos de abuso y-o dominación de regímenes políticos. Nuestra autora enfrenta este concepto para poder dar explicación a los abusos cometidos por Adolfo Hitler en incondicional ayuda de Alfred Eichmann: importante líder del régimen fascista a través del cual demuestra que el mal se puede realizar sin la conciencia de que se hace. Este concepto lo denomina Arendt como “La banalidad del Mal”.[1]
Para Donatien Alphonse François, el autor de Justine o las desdichas de la virtud, el concepto del mal existente en las personas, el cual se caracteriza por la intensión aludida anteriormente, es el resultado de un pensamiento netamente moralista, en esencia blando. El autor al igual que Nietzsche, odia el cristianismo, la compasión, los valores sacerdotales, la sumisión y la falsa y difusa aplicación de la virtud. Aunque resulte paradójico, la teoría aplicada por los monjes de la época (siglo XVIII) expone que la conducta del hombre debe regirse sobre la esencia de la dinámica natural. Es decir, debe carecer de toda normatividad moral o religiosa, la cual inhibe el gozo del deseo, de los placeres carnales y de la satisfacción de la opulencia. Por esta razón, Sade plantea que asesinar a alguien no es delito, por el contrario, hacer esto contribuye al círculo legítimo de la naturaleza: morir para desintegrarse y hacer que la energía pase a otro estado.[2]
Albert Camus, en su libro La Peste plantea, que “el mal existente en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia y de la buena voluntad sin formación que puede ocasionar tantos desastres como la maldad”. Es decir, la ‘maldad’ de la bondad indiscriminada e irreflexiva es mucho más pérfida que la aplicada estratégicamente. Y esta tesis es la manejada por el Marqués. Para qué la bondad en contextos de abuso, violaciones, engaños, intereses, codicia y sadomasoquismo. “¿No dirían, los malvados, que la virtud por honrosa que sea, se convierte, sin embargo, en el peor partido que se pueda tomar cuando se halla demasiado débil para luchar contra el vicio y que en un siglo completamente corrompido lo más seguro es hacer como los demás? ¿No añadirán que no importa para el plan general que fulano o mengano sea bueno o malo, y que si la desgracia persigue a la virtud, y la prosperidad acompaña al crimen ya que todo es lo mismo desde el punto de vista de la Naturaleza, es mucho mejor tomar partido entre los malvados que medran, que entre los virtuosos que fracasan?” He aquí una tesis que pone en evidencia el concepto en estudio como algo inexistente, algo creado netamente por la moralidad de los hombres débiles que pretenden la renuncia a los placeres de todo género. Manifiesta el mal como algo creado por la manipulación del pensamiento a través de las creencias religiosas o moralistas. ¿Por qué no disfrutar con el dolor ajeno si esto no significa otra cosa para la Naturaleza que un beneficio para sí misma?
Entre las concepciones de François y Nietzsche no existe mucha diferencia. El primero odiaba la debilidad del ser, el hombre superfluo, el que no reflexiona en cosas de mayor importancia. El segundo, de forma similar, planteaba una actualización y reorganización de los valores que rigen la sociedad. Nietzsche atribuyó inicialmente a Dios el mal. Según él, Dios es el creador del ángel caído, de Mefistófeles. Si Dios es el creador de la existencia entonces Dios creó el mal. Nuestro aristócrata autor, como hombre que exuda vitalidad, veía como dignos de respeto los guerreros, los hombres rudos de personalidad y los débiles como hombres malogrados. Desde luego existen diferencias entre las concepciones del uno y del otro, sin embargo mi interés en este escrito es citar las particularidades compartidas. Me parece importante destacar que Friedrich, a partir de la concepción de que el mundo necesitaba un replanteamiento de valores, pretendió instaurar otros sobre nuevos principios. Y siempre mostró interés en defender los valores rudos de su aristocracia “(…) Quien enseñó a bendecir, enseñó igualmente a maldecir”. “Malo: este adjetivo aplica a todo lo bajuno, insignificante, abatido y servil, a los ojos entornados y sumisos, a los corazones contritos y a estas creaturas falsas y sometidas que besan con labios temblorosos. Falsa sabiduría (…), así denominan a todas las buenas palabras de los lacayos, de los viejos y de los agotados; y, sobre todo, a la absurda locura pedante de los sacerdotes”.[3]
Algo importante que encierra la ambigüedad del mal es su inherencia al bien. Pienso que mientras se reconozca la existencia del Mal debe pensarse en la existencia del Bien. Pero ¿Qué es el Bien? Si continuáramos con la tesis de Sade, su concepto sobre el Bien sería el mal mismo hecho hacia la Naturaleza. El bien sería entonces contribuir a la proliferación de la debilidad, de la bondad absurda, de la irreflexividad y la obstrucción de la dinámica natural de los cuerpos en el espacio habitado. Y lo vemos en el desarrollo de su texto; fuimos testigos de cómo la bondad irreflexiva y hasta estúpida es la causa de los diversos males existentes en nuestras sociedades. Igualmente nuestro autor expone cómo la iglesia ha sido, enmascarada tras el sofisma del bien, la mayor gestora de conductas irrazonables y estimulantes de la perfidia sin fundamentos. Al menos Alphonse, Arendt y Stevenson nos hablan de un uso estratégico del mal, lo cual tiene más sentido que el uso paradójico del bien.
Louis Stevenson, importante literato y ensayista inglés del siglo XIX, pone de manifiesto la dualidad del ser. Pero ¿de qué bien o de que mal estamos hablando? En ‘El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde’, Robert habla de la necesidad del “mal” como esencia para estar bien. Es evidente la indisolubilidad de este concepto netamente subjetivo. El doctor Jekyll, ilustre y tranquilo intelectual, diseña una pócima que mientras injiere se siente bien, pero lo interesante de su trama es la necesidad de hacer el mal para sentirse aún mejor. Mientas está convertido en míster Hyde su deseo por matar se torna inconsciente pero satisfactorio. El autor muestra la búsqueda de una salida efectiva de la Londres enferma, irreflexiva, subdesarrollada, pero sobre todo, representa la búsqueda del otro yo, de aquella oscura parte interior que cada quien lleva por dentro, esas características monstruosas que pensamos no tener pero que están allí, sin explorar. Es decir, cada quien tiene algo de malo, de indeseable por dentro. Cada quien se regocija en su profundo mal para sacar de éste un beneficio satisfactorio y natural. Allí se manifiesta su relación con Justine. La cuestión del mal y del bien es algo subjetivo pero natural en nuestras conductas. “Cada día, y desde ambos lados de mi inteligencia la moral y la intelectual, me fui acercando firmemente a esa verdad por cuyo descubrimiento parcial he sido condenado a tan espantoso naufragio: que el hombre no es realmente uno sino dos. Digo dos porque en el estado de mi propio conocimiento no sobrepasa ese punto. Otros me seguirán, otros avanzarán más que yo en este mismo camino; y me aventuro a adivinar que el hombre será finalmente conocido como una simple comunidad organizada de habitantes independientes, diversos y discrepantes.”[4]
Mi interés tras este pequeño recorrido sobre el concepto del mal en diversos autores es extrapolar dichos términos con nuestra realidad colombiana. En este lugar, y comparto en total acuerdo la idea de Camus, pienso, el principal motor que alimenta la práctica del mal en este país es la ignorancia. Hannah Arendt utilizó el concepto de “Banalidad del Mal” para denunciar el totalitarismo nazi que, como cité anteriormente, fue víctima de este contexto. Me parece pertinente explicar un poco el concepto Totalitarismo. Pues bien, éste es un mecanismo de control social que consiste en quitar la individualidad en espacio, razón y moral de las personas. Es la total eliminación de la condición con la que las personas pueden ser humanas. El terror totalitario no ataca solamente las libertades, sino que destruye las condiciones esenciales de toda libertad que son la capacidad de movimiento y el espacio sin el cual ese movimiento no puede darse. Y para ilustrar esta imagen, tenemos los centros de concentración Nazi.
Pero acercándonos a esta realidad ¿no vivimos a caso en un país totalitarista? ¿No nos quitan el espacio con las estrategias de crimen financiadas por el Gobierno Nacional? ¿No caminamos entre calles de hormigón y cemento que nos inhibe de observar el horizonte? ¿No estamos en un país irresponsable con el conocimiento y con la ciencia como única forma de defendernos de los intereses ajenos y lujuriosos de los que habla Sade? ¿No es este un país donde impera la debilidad, la queja, la denuncia y la incapacidad de crear? ¿No es esto la violación del espacio, de los imaginarios, del tiempo? ¿No es este un país donde se practica la bondad irreflexiva y la maldad disfrazada de virtud? ¿No es este un país que pide pero no exige y mucho menos propone? ¿No es este un país que cree en el catolicismo y el cristianismo mientras se baña con sangre? Me parece que este es un país donde debemos pensar mucho en los conceptos fundamentales del conocimiento del hombre como lo es el mal. Es urgente reflexionar a este respecto, pues este país se ha caracterizado por su uso estratégico y por los viles errores de una bondad desmedida y absurda, no racional. Qué bueno sería que pensáramos un poco en lo que nos quiere decir Sade o Nietzsche los cuales nos han dejado legados importantes de conocimiento que nos ayuda a interpretar la realidad de nuestro mundo y del que tenemos en nuestras cabezas. Ahí está Arendt con sus teorías filosóficas del mal que nos permite reelaborar una interpretación más precisa de lo que es nuestra realidad, su herencia europea, sus modelos políticos copiados y fracasadamente adaptados. Como escribí anteriormente, mi interés no es establecer el concepto del mal sino llegar a una aproximación relacionada entre diferentes autores de manera que podamos relacionar estas explicaciones con nuestras realidades de por sí obscenas.
Por qué no, a partir de estos conceptos, reflexionar sobre quiénes nos gobiernan, cómo lo están haciendo, qué modelos políticos de control manejan, que intereses traen entre manos, por qué no pensar en qué concepto de mal manejan nuestros gobernantes. ¿Por qué no pensar en las estrategias criminales diseñadas a partir de la puesta en práctica de estas teorías? ¿No nos muestra a caso Stevenson la dualidad del ser? ¿Estamos inmersos en un país distinto? ¿Tendría que ser distinto a los países europeos cuando sus modelos políticos han sido, además de impuestos, admitidos? Es necesario respirar para vivir, pero no se puede vivir sin aire limpio, por esta razón nuestras cabezas deben despertar, deben preguntarse qué es lo que nos rodea, cómo se interpreta, cómo lo estamos interpretando; debemos pensar para qué sirve el conocimiento y su gran amigo, el libro. Pues bien, allí están expuestos los diferentes conceptos sobre el mal que muy pertinente resultan para nuestra realidad. De algo sí se ha caracterizado nuestro desangrado pero feliz país, de su victimaria condición de esclavos que perdieron el horizonte por creer aún que es necesario que otros piensen por nosotros, sobre todo cuando los que piensan sí saben para qué sirve el Mal: o el uso estratégico del mal.
GERMÁN OSORIO ARIAS es periodista judicial y estudiante IX semestre de Derecho en la Universidad Surcolombiana (Neiva, Huila, Colombia).
[1] Sentido Arendtiano de la “Banalidad del Mal”. Sissi Cano Cabildo. Universidad Complutense de Madrid. 1999.
[2] Justine. Marqués de Sade. Donatien Alphonse François. Círculo de lectores. Bogotá 1979.
[3] Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche. Los tres males. Pág. 176. Círculo de lectores, Barcelona 1970.
[4] El extraño caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde. Robert Louis Stevenson. 1850-1894 Panamericana 2000.