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Narcotráfico y cine en la Triple Frontera

Paraguay es conocido por el guaraní de su gente laboriosa, sus tererés con agua bien helada y la venta de todo tipo de mercadería en Ciudad del Este, cerca de la Triple Frontera, y en Encarnación, al sur, en las costas del río Paraná y de Posadas. Como en aquel film de Hugo del Carril de los años 50, en esta región hoy también “Las aguas bajan turbias”: el oleaje trae narcotráfico, balas y un sinfín de negociados ilegales.

“La relevancia de Paraguay como foco del crimen se deriva de su posición como mayor productor de marihuana en Suramérica, con lo cual abastece los mercados de consumo de Brasil y Argentina”, señala un informe publicado por la fundación InSight Crime en febrero de este año.

InSight Crime Español es un centro de investigación y análisis sobre el crimen organizado en Latinoamérica y el Caribe. En su informe afirma que el departamento de Itapúa —su capital es Encarnación— no solo se convirtió en uno de los principales focos de tráfico de marihuana sino que también “el incremento del turismo trajo consigo la trata de personas con la explotación sexual o el trabajo no remunerado de menores de edad”.

A fines de febrero de este año, la Agencia EFE dio a conocer una noticia sobre el mayor cargamento de cocaína incautado en Europa. Se trataba de 16 toneladas halladas en cinco contenedores en el puerto de Hamburgo (Alemania) y procedentes de Paraguay, sumado a otras siete toneladas encontradas en Amberes (Bélgica), en un operativo paralelo —estas provenían de Panamá. Investigaciones periodísticas realizadas por la cadena pública alemana Deutsche Well (DW), aseguran que “Europa ya ha sustituido a Estados Unidos como mayor mercado del tráfico de cocaína”. En 2017, por ejemplo, un kilo de cocaína a precio mayorista valía 41.731 dólares, mientras que en Estados Unidos cotizaba a 28.000, según datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD).

“Al parecer no bastan las noticias de desgracias que a diario escuchamos de los países que cayeron en manos de la mafia organizada, de las guerrillas radicalizadas, de narcotraficantes —dice el periodista paraguayo Catalo Bogado Bordón en su libro “Camino a Curuguaty. Anotaciones de un corresponsal desaparecido” (Servilibro, 2015)—. Ellos también comenzaron como nosotros: desidia, indiferencia, complicidades. Luego el fortalecimiento, la expansión, la ayuda económica para que los “amigos políticos” lleguen a los puestos claves a fin de facilitar los negocios del tráfico ilegal de armas, de las drogas…”

Una buena historia para Netflix

El narcotráfico está instalado desde hace décadas en Paraguay y crece, en sus montes, ante ciertos silencios del poder real. Tanto creció que hay una industria audiovisual atenta a este fenómeno: en 2019, por primera vez, la plataforma Netflix subió una película paraguaya a su catálogo.

Se trata del film Leal, escrito por el argentino Andrés Gelós y dirigido por los paraguayos Rodrigo Salomón y Pietro Scappini. La película cuenta —en español y en guaraní— los fracasos, éxitos y traiciones en torno a la Secretaría Nacional Antidrogas de Paraguay (Senad). Muestra la conformación de un nuevo comando de fuerzas especiales, el trabajo del área de inteligencia y los operativos en las pistas aéreas del Paraguay profundo.

La película fue rodada en Asunción, la capital mediterránea, y en ciudades del Interior como Atyrá, Tobatí y la tan célebremente famosa Pedro Juan Caballero, en la frontera seca con Brasil. Algunas tomas del film son reales, como la de una quema de plantaciones de marihuana, a la cual los directores llegaron junto con la prensa local.

En un reportaje al diario paraguayo ABC Color, la actriz Andrea Quattrochi —que interpreta a una agente de inteligencia— comenta que “a veces cuesta demasiado creer en la institución policial”, que tomaron algunos cursos junto a personal retirado de la Senad para perfeccionar su papel y que descubrió la participación de las mujeres en la lucha contra los narcos, en particular en las tareas de inteligencia.

“Desde el principio estuvimos conscientes de lo que plantea la película —detalló en esa misma nota Scappini, uno de los directores—. Más allá de eso, con Leal buscamos entretener al público. Para generar este tipo de cine debemos abordar casos reales”.

El actor chileno Gonzalo Vivanco, que interpretó al narco “Salcedo”, al ser entrevistado por el diario La Nación (de Paraguay) contó que para realizar su personaje visitó durante do semanas la cárcel de Medellín, Colombia: “Conocí a narcotraficantes que habían tenido un establecimiento importante. Estuve con gente que me coacheó a nivel de dialecto, a nivel de diálogos”.

Pistas detrás de las primeras pistas

El New York Times, en una nota firmada por el periodista Ernesto Londoño en 2018, habla de las escenas “de película” que se producen en la triple frontera. “La guerra contra el narcotráfico ya ha ayudado a desatar un nivel de violencia récord en la nación más grande de América Latina —señala— y ahora se está extendiendo más allá de las fronteras brasileñas para arraigarse en Paraguay y en sus de por sí débiles instituciones”.

—¡A la pucha, rehecháva´erâ mba’éichapa omono’õ la marihuana! Iguápo hikuái! (Tienen que ver cómo los niños son guapos en la cosecha de la marihuana)—. Así comienza un artículo de Rodrigo Houdin de 2015 en el diario Última Hora, que pone sobre la mesa la voz de dirigentes sociales en el departamento de San Pedro, como Daniel Romero, y un docente rural, Francisco Larrea.

“Lo peor de todo es que como son tan vulnerables, están utilizando a sus hijos como trabajadores —cuenta entonces el maestro—. Consciente o inconscientemente, los niños están metidos por la gran necesidad y porque no cuentan con recursos para pagar mano de obra. Tenemos casos de niños que vienen a dormir a la escuela”.

Según el NY Times, en 2017 Paraguay recibió “casi 35 millones de armas y municiones, más del triple que en el año anterior”. Todas armas del país de la libertad, aclara el artículo, donde vuelven a entrevistar a Larrea, quien una vez más sale en defensa de sus compueblanos del asentamiento de Kamba Rembe, en San Pedro, lugar en que los vecinos habían protestado frente a la quema de plantaciones por parte de la Senad.

“No pedían la legalización del cannabis: pedían volver a cultivar mandioca o tomates en lugar de marihuana. Pero para eso necesitaban servicios públicos mínimos, inversiones del Estado en caminos, créditos agrícolas”, dice Larrea.

“No hay ni un camino de todo tiempo, si llueve la mercancía se pierde”, continúa el maestro Francisco Larrea ante el NY Times. “Solo los brasileños vienen hasta aquí con sus camionetas. Lo único rentable termina siendo plantar marihuana. Es doloroso y lamentable decirlo pero es que no hay con qué sustentarse. Los jóvenes están desmoralizados y solo les queda emigrar. Pero la gente quiere dejar de plantar porque es muy peligroso: es ilícito y podés acabar en la cárcel, una herida de por vida para vos y tu familia, por eso le decimos la hierba maldita”.

Juan Manuel Salinas Aguirre, buscando hacer algo de revisionismo histórico, realizó el documental Paraguay, Droga y Banana (2016), disponible en Prime Video. Allí reconstruye la presencia del narco francés Joseph Auguste Ricord en Paraguay desde la década del 60 y sus lazos con el general Andrés Rodríguez, el consuegro del dictador Alfredo Stroessner —a quien derrocó y sucedió en 1989: primero por las armas, luego por las urnas.

“Nos quedamos con el cuento de la revolución del 2 y 3 de febrero de 1989” —escribe Salinas en una nota del portal Epa.com.py—, “con esa historia oficial que habla de que el general Andrés Rodríguez presionado por la ciudadanía se levantó en armas y derrocó al dictador”.

En el documental, las entrevistas a jueces, investigadores y militares retirados, junto al material de archivo, van tras las pistas de la CIA: archivos de la década del 80, desclasificados hace poco, vinculan a Rodríguez con el contrabando y el narcotráfico. Rodríguez, senador vitalicio desde 1993, falleció cuatro años más tarde.

El documental cuenta la censura que sufrió en dictadura un número de la Revista Selecciones: tras un llamado del poder, no se pudo distribuir en Paraguay; la publicación daba una serie de nombres no muy apropiados en aquel momento.

Paraguay, Droga y Banana también relata la historia de un padre de familia de la ciudad de Hernandarias, cerca de Ciudad del Este, a quien asesinaron para quedarse con sus 354 hectáreas y utilizar la pista para realizar negocios de alto vuelo que vinculan al general Rodríguez.

El reconocido periodista Andrés Colmán Gutiérrez, de Última Hora, afirma que “es probablemente la obra audiovisual de cine político más contundente que ser realizó hasta ahora”.

Una lucha desigual desde el periodismo

–Te pido por favor que te cuides, Santiago.

–¿Todavía querés que me cuide?

–¡Mucho más que antes!

–¿Vos escuchaste algún dato importante por ahí?

–Sí, sí.

–Je, je…

–No, no es para reírse.

–Hay dos clases de muerte, Humberto: una es la muerte material. Y otra es la muerte cuando uno abandonó la ética y la voluntad de trabajo. ¡Muchas gracias, Humberto!

Este fue el cierre de una conversación radial entre el periodista Santiago Leguizamón y Humberto Rubín, director de Radio Ñandutí, el 26 de abril de 1991. Era el Día del Periodista en Paraguay. Más tarde, al mediodía, Santiago fue acribillado por sicarios de la mafia en la línea fronteriza entre las ciudades de Pedro Juan Caballero y Ponta Porá (Brasil). Hace unas semanas se cumplieron 30 años y la causa sigue impune.

“Hay que tener en cuenta que esta zona es una zona muy especial para los narcotraficantes”, cuenta Cándido Figueredo Ruiz, el corresponsal de ABC Color en Pedro Juan en el mini documental del canal ruso RT, “Paraguay: La hierba de la discordia” (2019). “Está el corredor aéreo y terrestre de la cocaína que proviene de Colombia, de Perú y de Bolivia. En la zona del Gran Chaco paraguayo no hay casi control alguno. No tenemos ningún radar funcionando”, dice el periodista, que porta armas y tiene custodia las 24 horas. Cándido cuenta que la cocaína llega a esa región y luego es llevada a Brasil, donde embarcan rumbo a las costas africanas y a Europa.

Desde 1991, año que marca la redemocratización de Paraguay —de la mano del mencionado General Rodríguez—, ya son 19 los periodistas asesinados por cubrir temáticas vinculadas al narcotráfico.

“En Paraguay, la mayoría de los asesinatos a periodistas en los últimos 30 años tuvieron lugar en zonas fronterizas con Brasil o Argentina” —publicó a principios de abril el periodista brasileño Júlio Lubianco en la web de LatAm Journalism Review—. “No sorprende que un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos incluyó la frontera con Paraguay como una de las “zonas silenciadas” del continente americano, donde el peligro para la práctica del periodismo independiente es tan alto que pocos profesionales se arriesgan”.

Una larga lista de negociados espurios fue tejiendo una red compleja entre los actores políticos tradicionales, las fuerzas policiales y los empresarios emergidos del mundo narco. Como contracara, la emergencia de sectores campesinos desplazados de sus tierras o que se ven obligados a convertirse en “soldaditos” para subsistir.

Detrás de la lucha por la legalización de ciertas drogas en la región hay millones de dólares, de intereses, de personas marginadas. O impunes, que es otro tipo de marginación ante la ley.

Mientras tanto, no parece haber una solución a la narcopolítica en la triple frontera. El conflicto de fondo aumenta descarnadamente la brecha de la desigualdad en Paraguay y en la región. Y sucede lo que Ricardo Morínigo señala en su corto Py´a Guasú (Coraje): “La gente se sienta a tomar tereré y sabe quién es narco y quién es corrupto. Todo se sabe bajo el mango. Igual les siguen votando a ellos”.

Daniel Rojas Delgado es licenciado en Comunicación Social (UNLP), periodista y docente. Nació en Paraguay y vivió gran parte de su vida en La Plata, donde reside. Dicta clases en colegios, en la Unipe y brinda talleres de guaraní. Publicó su primer poemario, “Versos levados”, en 2018. En Instagram: @dan.rojas