Truman Mag

Revista de Ideas

Cortar la semana Coyuntura

El futuro es lo que apura

El sábado que pasó se celebró el Día del Trabajador y quienes andamos en la tarea de observar lo que sucede coincidimos, con cierta sorpresa, en que la festividad (¿hay algo que festejar?) actuó de contención luego de que el día anterior, el viernes, el presidente Alberto Fernández anunciara una extensión de las restricciones. Los antiplaneros y los defensores de los que trabajan se quedaron en sus casas y desde las redes sociales hicieron gala de su condición. Finalmente no sucedió lo que se esperaba: un rebrote opositor, el tintineo de cacerolas ya abolladas, un nuevo sarmientismo rabioso que pidiera no meterse, de nuevo, con las clases.

(Dato de color en medio de todo este barullo: según escribió Juan José Becerra en alguna de sus últimas columnas, lo del Sarmiento niño que nunca faltó a la escuela es un cuento que “se inventa en Recuerdos de Provincia (1850), cuando Sarmiento dice que ingresó a la escuela de primeras letras en 1816 a los cinco años y siguió durante nueve años  ‘sin una falta’. Para decirnos más adelante que en 1821, es decir seis años y no nueve después de su ingreso, siguió sus estudios en el Seminario de Loreto de Córdoba. ¿En qué quedamos, Padre del Aula?”).

Pero, más allá del desliz de Domingo Faustino, mentir un poco y contar cuentos e historias tampoco está tan mal: las historias convocan al futuro, a las sombras frescas de la esperanza. Quien no anda muy esperanzado por estos días es el ministro de economía Martín Guzmán, que sigue tironeado con el FMI y con algunos y algunas del ala dura kirchnerista. A su idea de aumentar y regular tarifas y recortar transferencias pareciera oponérsele no solo la heterodoxia y el cristinismo sino también el propio presidente.

La solución económica no es sencilla y los caminos hacia la prosperidad parecen estar todavía anegados. Tal vez lo de Guzmán sea un tironeo institucional constitutivo que supone, de entrada, la discordia de dos tiempos, o de dos ritmos de tiempo: por un lado el joven ministro desbocado y con ganas y por otro, Cristina y Alberto: viejos zorros de la política que saben que al menos en la Argentina no todas las ideas se pueden llevar a cabo caprichosamente (y que lo mejor es, arriba del estribo, llevar la soga ni muy holgada ni muy tensa). Pienso, entonces: ¿habrá una complicidad  entre estos dos tiempos, como un desearse mutuo y de reojo que no está satisfecho pero que es necesario para que la política sea?

El tema es que el futuro es lo que apura, lo que imprime velocidad. Por eso la agenda de los grandes medios no afloja y sigue arrinconando al presidente contra el virus, pidiendo clases porque con los chicos no, pidiendo vacunas cuando se sabe que en el mundo la vacuna es, y lo será por un tiempo más, un bien escaso. En este contexto, el deslizamiento de ciertas figuras hacia el análisis político parece responder a una demanda mediática: inscribir en las especulaciones politológicas algunos matices y comentarios exóticos que la explicación periodística no se atreve a dar. Hasta que, por ejemplo, un funcionario escribe un tuit en respuesta a alguna de esas especulaciones y es acá cuando todo se vuelve un poco barat. Cuando personajes como mínimo poco dados al debate congruente empiezan, como atravesados por la luz de una misión moral y divina, a jugar el juego hegemónico de los medios: y fracturan lo dado, hacen una lectura distraída de la coyuntura, vuelven a viejas discusiones.

En la Argentina las viejas discusiones no vuelven porque alguien las reprima. Vuelven porque esas discusiones dicen algo del modo histórico en el que se forjó la cultura o una franja determinada de ella. Las polémicas binarias de siempre son el motor de un juego que va adjuntando nuevas formas de discusión, reabre viejas polémicas y cancela, por momentos, otras. En ese devenir los argentinos, agrietados, se pelean con sus familiares o compañeros de trabajo. Lo ideal, y para algunos imposible de acá a varias décadas, sería poder hacerle entender a gran parte de la sociedad que lo que se discute no es la hijaputez o la poca empatía de algunos o algunas. Son las grandes corrientes establecidas de pensamiento en puja, amigues: Descartes, Kant, las revoluciones francesa y rusa, los liberales, la democracia, la cruz, la espada, el conservadurismo, el fascismo, el franquismo, el orden clerical. Podría seguir. En resumen: la poética del resentimiento histórico. Una manera un poco nerd de decir que todo es un quilombo.

Y me aventuraría a afirmar que ese quilombo tiene una raíz.  Vivimos el momento en que el discurso de los medios dominantes, tan lleno de todos los tics del periodismo, señala un nuevo capítulo en la especialización de la hegemonía. Un intento más directo, para nada intuitivo, sin entrelíneas. Sistematizado para acomodar una totalidad, para romper en el poder sin mediaciones y alterar la ley que lo hace posible. Como un coro de voces, se dispersa en lugares múltiples, abunda, desbanda y reúne (en el obelisco, en plaza de mayo, en los balcones, cacerola mediante).

Los relatos funcionan como una construcción cognoscitiva, retórica pero también performativa: es en el terreno de la acción -del vivo en televisión, en radio: el Dipy en el living con Viviana, Wiñaski agredido en lugares y retirándose cabizbajo seguido por una cámara y música lofi, Longobardi engolando desde la garganta futuras tragedias- donde muchos no pueden y no quieren diferenciar entre realidad o ficción.

En el durante de estas performances muchos nos abrazamos con conciencia neurótica a nuestras posturas, mientras los medios apelan a su arsenal. Y así esperamos la que venga.

Queda pensar si el dilema de nuestro contexto es cómo persistir en esa resistencia sin desechar lo nuevo, lo otro modificador más allá de lo exótico y desconcertante, más allá de su marcha a contrapelo del sentido común. Pensarlo en serio, en una de esas, podría tocarnos hondo y decirnos algo sobre nosotros mismos y sobre el futuro de la vida política.

Andrés Pinotti es licenciado en Comunicación Social, periodista y docente: @andrespinotti en Instagram.

Martín Bravo es dibujante, nació en Mar del Plata en 1998 y reparte sus pasiones entre el estudio de Ciencia Política en la UBA, la caricatura y la ilustración periodística (@martinbravoarte)