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Pálidas luces retrofuturistas para los miedos de hoy

El cyberpunk, que vive ultimamente su revival, es un género muy ligado a su estética. Un conjunto de anécdotas admirables en un futuro devastador repleto de penumbras, barrios superpoblados y luces de neón. Antihéroes que buscan el éxito en gestas individualistas, corporaciones cuyo poder supera por lejos a Estados inexistentes, ejércitos privados y ciudades con niveles exacerbados (y naturalizados) de polución, tasas de criminalidad por las nubes, un consumo cotidiano de drogas y la hipersexualización de los bienes de consumo como estrategia de marketing.

Con todos estos elementos, que el siglo XXI encuentra cercanos, el cyberpunk no se anima a trazar un continum con la actualidad. Se acoda junto a la década que lo vio nacer, los años 80’. Subido al revival de esa época que vivimos desde al menos los últimos cinco años, toma entonces algún que otro detalle de nuestra realidad. Máquinas de arcade y drogas de diseño. Futuros donde el rock and roll suena como Kiss y un poco de post-punk. Sin una tendencia musical fuerte que innove las visiones del futuro, sino aquello que presagiábamos como posible futuro, nos devuelve fotos instantáneas en ámbitos siniestros pero lujuriosos, repletos de antros y personajes sensualmente pintorescos (Bowie enchapado con implantes cibernéticos).

Es innegable nuestra letal cercanía con algunos esbozos de sus pesadillas, cuyas realidades están presentes hoy día como “los efectos del absolutismo capitalista” y “ya son visibles bajo el modo de una catástrofe múltiple”, como sentencia  Bifo Berardi en su libro “Fenomenología del Fin”. El italiano detalla que “en el medioambiente, en el bienestar social y en la educación ya estamos experimentando una devastación inimaginable y un indescriptible sufrimiento”. Pero también es verdad que nuestro futuro es desconocido, cada vez más desconocido. Nunca fue mejor usada la palabra “adelanto” para referirse a las innovaciones de la tecnología. Es difícil hoy por hoy estimar los efectos que van a producir las invenciones de hoy. El capitalismo, según Marx, tiende a la abstracción del trabajo y  sus procesos, es decir, una abstracción que se prolonga a la vida social. Desde esta perspectiva, con una estética nacida durante el auge más feroz de Wall Street, el cyberpunk perfecciona a sus villanos durante la época de la abstracción absoluta.

Solo existe la  posibilidad de una continuación directa de este presente. A partir de nuestra actualidad de estrés, psicofármacos, precariedad laboral y abstracción absoluta del trabajo y los vínculos sociales, atisbamos algo de lo que viene pero nos aterra pensar dónde nos puede llevar.  Fiel a la pesadilla que vislumbró Fredric Jameson, en la que es más fácil concebir el fin del mundo que el fin del capitalismo, el planeta del mañana es una amalgama de obsesiones hijas del marketing más directo: como la publicidad  hipersexualizada, las drogas y la fría estética colorida a la que hace referencia el neón sin necesidad de reimplantar sus luces en nuestros puestitos de ropa y comida.

Lejos del futuro obscuro, violento e hiperliberalizado que nos  prometían sus distopías, el año 2020 llegó en medio de un apocalipsis falso, una crisis silenciosa que pone en jaque la capacidad emotiva del mundo entero. Conflictos mundiales en los que la ausencia del Estado, cuando se dio, se hizo notar. Si bien no podemos esbozar qué nos deparan las próximas décadas, a grandes rasgos el futuro no parece ser un lugar de tiroteos, implantes y luces frías, sino algo mucho más aburrido. Una lenta deflagración de los vínculos humanos, una invasión cada vez mayor del capital sobre nuestro tiempo libre, que presiona para monetizar los hobbies y transforma ciudadanos con derechos en individuos que deben sobrevivir bajo regímenes de trabajo cada vez más precarios. El Cyberpunk, sin animarse a ser actual, proyecta quizá algunas luces sobre lo que vendrá. Pálidas luces retrofuturistas que recogen a grandes rasgos nuestros peores miedos para vestirlos con fascinación en gruesos abrigos, pelos de colores y gafas de neón.

Elías Fernández Casella es escritor, periodista, Comunicación Social (UBA). Seleccionado en la Bienal de Arte Joven 2019. Instagram: @fechoriasinofensivas. YouTube: Fechorías Inofensivas.