Abrió la puerta y escuchó a Brisa, que lloraba y hacía berrinches. El olor a fritanga de milanesas quemadas impregnaba el ambiente. Miró hacia la cocina y vio los azulejos blancos salpicados de grasa.
—¡¡¡¿A esta hora venís, pendeja?!!! ¿Qué te creés? ¿Que yo me rasco la argolla? ¿No sabés que me tengo que ir? ¡Ya estaba por dejar a tu hermana con la vecina! —le rugió la madre, metida en su uniforme de cajera de Coto. Tenía el pelo mojado y olía a Plusbelle de manzana—. Cambiale el pañal y hacela dormir, que está insoportable. Si llego tarde una vez más me van a suspender y vamos a comer mierda, ¿entendés? ¡Y a ver si limpiás un poco! —ordenó y salió dando un portazo. Brisa, con los cachetes rojos, seguía a grito pelado en la cuna y golpeaba los barrotes con un sonajero de plástico.
Belén revoleó la mochila por ahí y se metió en el baño. Había vapor y la bombacha de su madre colgaba de la canilla de la ducha. Se miró en el espejo. No tenía ningún moretón pero le dolían el pómulo derecho y el labio superior, donde tenía el arito. Ese lunar artificial a lo Marilyn. Se lavó la cara, recogió su pelo con una vincha elástica y se hizo una cola de caballo con una gomita que tenía el logo de Casi Ángeles. Descubrió unos rasguños en sus brazos, pero nada serio.
Corrió la pila de platos sucios, agarró a la beba, la apoyó sobre la mesada y le cambió el pañal. Tenía la colita paspada y con sarpullido. Llevaría cagada un par de horas. Cargó un Danonino en la mamadera y se la dio.
Prendió la tele y buscó algo pasando por todos los canales, pero no encontró nada. La dejó encendida sin volumen y puso el CD de puro reguetón que compró en la feria del sábado. Sonó un tema de Yandel, y las lucecitas del aparatoso centro musical empezaron a cambiar de color con el ritmo. Le hizo upa a su hermanita y bailó con ella mientras cantaba Hoy es nocheeee de sexooo, voy a devorarte, nena linda. Hoy es nocheeee de sexo, y voy a cumplir tus fantasías…
Brisa dejó de llorar, y volvió a meterla en la cuna. Al rato estaba dormida. Bajó un poco el volumen de la música y siguió bailando frente al espejo grande del living. Practicaba para romper la pista en el cumple de quince de la Melany, que era dentro de poco. Es que te quiero, amoooor. Baby te quiero uooh uoooooh… cantaba Nigga, y las pulseras de lata en ambas muñecas tintineaban al compás. Tenía una musculosa blanca y ajustada con la inscripción “Porn Star” en letras de brillantina. Se la sacó de un solo tirón y quedó en corpiño. En su piel aceitunada se notaba la marca de donde no le daba el sol. El culo paradito sostenía perfectamente el pantalón de jogging Adidas. Se miró las tetas, que eran como duraznos en su punto justo. Manoteó el celular y se sacó un par de fotos haciendo poses sexy. “Después voy a lo de Gisella y las subimos a Internet, así cuando las vea ese forro se quiere matar…”, se dijo y echó una carcajada.
Su madre no volvería hasta bien entrada la noche, ya que seguro después del trabajo se iba al bingo con ese remisero que le hace de novio. Belén se sentía libre en esos momentos. Una electricidad le corría por el cuerpo. Se sentía una estrella. La invadían las ganas de hacer un millón de cosas. Pero no sabía bien qué. Siempre estaba con esa mezcla de ansiedad y angustia. Y no podía hablar de eso con sus amigas, la Jessi y la Gisella, porque se le reían. “A esas chicas no les gusta pensar, por eso se la pasan hablando”.
Le dolía un poco la cara por la piña que le ensartó Miriam durante la agarrada que tuvieron en el recreo. “Pero ya le voy a dar a la gila esa…”, pensaba y un ardor venenoso crecía en sus entrañas. Este había sido el segundo round. Y no llegó hasta el final porque la regente se metió a separar. “¿Qué se tenía que meter la conchuda esa?”, dijo resoplando y le dio un puñetazo a la mesa.
Ahí en un rincón estaba su mochila llena de pins, con fotos y logos de bandas de cumbia. Dentro de la mochila, los apuntes de matemática y la citación para su madre. Si la echaban de este colegio también, se le iban a complicar las cosas. Por un segundo le dieron ganas de irse lejos. Después pensó que sería mejor si se anota en la nocturna. Fue hasta el baño, abrió el botiquín y dudó un rato frente al blíster de Rivotril, pero se tomó un Ibupirac.
Se metió en su pieza. Era un cuarto tan chiquito que apenas entraban la cama y un placard mediano. En realidad era una parte del living dividida con chapadur. Una construcción precaria que había hecho su padre cuando vivía con ellas para que la nena tuviera su espacio. En algunas partes el chapadur estaba combado por la humedad y el revoque del techo se desprendía de a poco. Para Belén ese lugar era su santuario. Lo había empapelado con pósters, fotos y recortes de diarios. Gilda, Rodrigo, Daddy Yankee, Leo Mattioli, Damas Gratis, Axel, Casi Ángeles, Las chicas superpoderosas y Patito Feo compartían las paredes con Martín Palermo, Lionel Messi y un afiche de Jesús en el que mostraba su corazón. Y, en las dos repisas que amenazaban con venirse abajo, estaban todos los muñecos y ositos de peluche made in Taiwán que coleccionaba. Regalos de novios, amigos y amigovios. La última adquisición era un corazón rojo con ojitos y sonrisa que decía “Te amo”. Un regalo de Gabriel. Lo abrazó con fuerza y se tiró en la cama. Le sintió el perfume. Tenía olor a él. Era un bardero y a veces salía con pibes más grandes a poner caño, pero ella lo amaba. Clavó la vista unos segundos en Messi, y el llanto le llegó como un tsunami.
La bronca con Miriam venía de hacía tiempo, y ya nadie se acordaba cómo ni quién la empezó. El sábado en el baile estaban todos muy descontrolados y ahí la gota rebalsó el vaso. Tomaron litros de fernet y de speed con vodka, y cuando se empezó a acabar la plata pintó la jarra loca. La Jessi se transó a tres pibes. Siempre competían a ver quién transaba más.
—¡Eh, rescatate, gila, que ese chabón es re gato! —le decían las otras, y al final Jessi terminó vomitando en un rincón.
—Eh, ¿qué onda? ¿Volcaste? ¿Pa qué tomá si no sabé? ¡Enseguida te pinta la petera, eh! ¡So re cachivache, nena! —le gritaban sacados los muchachos hasta que uno se quiso zarpar. Entonces saltó Chuky a defenderla y empezaron los problemas.
—¡Uh, se armó un re bondi, guacho! —comentaban los pibes. Ahí Belén quiso salir del boliche y buscó a Gabriel. Había mucho humo. Tenía calor, estaba un poco mareada y las luces se prendían y apagaban y cambiaban de color violentamente de rojo a verde, amarillo, azul, mientras la cumbia sonaba a un volumen extremo. Caminaba dando tumbos y esquivando a los que querían toquetearla. Cuando llegó hasta la puerta de los baños lo vio. Contra la pared y montada encima, como una yegua en celo, la Miriam le comía la boca.
—¡Esa hija de remilputa se está transando a Gabriel! —dijo tratando de mantenerse en pie. Tomó aire, del poco que había y se le fue al humo—: ¡¡¡¿Qué hacés, trola de mierda?!!!
Fue el grito de guerra. Empezó a tirar puñetazos y patadas para todos lados hasta que la otra la agarró de los pelos. Entraron en acción los patovicas del boliche con sus músculos y anabólicos, metidos en remeras negras ajustadas. Las separaron. Belén fue invitada a retirarse con esa manera tan sutil que tienen los expolicías devenidos empleados de seguridad. Miriam ganó la contienda porque era amiga del pibe de la barra.
Sonó el teléfono. Sabía que no era para ella porque nadie la llamaba a la casa. Para eso tenía el celular. A veces extrañaba a su papá. Se enjugó las lágrimas. Le dieron ganas de mandarle un mensajito a Gabriel. Pero después del sábado habían cortado, y todo lo que venían construyendo se rompió como un ventanal cagado a ladrillazos. Sonó el teléfono otra vez. Fue a atender para que no se despertara Brisa: “Hola, ¿con la señora González? ¿Se encuentra la señora González? La estamos llamando del estudio del doctor Penna por una deuda que la señora mantiene con Tarjeta Shopping. Ya le enviamos varias notas de reclamo y no tuvimos respuesta. Esta llamada es para avisarle que su asunto va a pasar a la parte de legales en el término de cuarenta y ocho horas. Si se presenta a abonar en el día de hoy, le hacemos una quita del treinta por ciento del valor nominal de la deuda”. Sin prestarle atención, Belén dejó que la voz chillona de empleada mal pagada continuara su discurso, contó hasta diez y cortó. Esos llamados eran cada vez más seguidos, así que desconectó el aparato.
Tuvo un ataque de odio repentino, quería ir a buscar a Miriam y partirle la jeta. Mandó unos mensajes con el celular pero no le respondieron. Jessi y Gisella seguro se fueron al outlet a comprar alguna boludez con la plata que les sacaron a los pibes en el baile. Ella no hacía esas cosas, pero tenía más fama de trola que sus amigas. Quería mantenerse virgen por temor a repetir la historia de su madre. Solo accedía a una chupada cuando algún novio, como Gabriel, la presionaba mucho. “Un pete no es coger”, decía.
“¡Gabriel, forro, te odio!” gritó y despertó a su hermanita sin querer. Se pusieron a ver la tele. En el Cartoon Network estaban dando Pucca, que a las dos les encantaba. Esa japonesita que persigue al ninja Garu por todas partes para abrazarlo y besarlo hasta la asfixia las hacía reír.
Se quedaron durante horas frente al televisor. Su madre las encontró durmiendo abrazadas en el sillón, mientras desde la pantalla llegaban las noticias del resumen de medianoche.
Esa mañana Belén salió rumbo al colegio con una sensación rara. Como si su vida fuera una película que veían unos pocos espectadores. No le dijo nada a la madre sobre la citación. Ya se daba por expulsada y había decidido anotarse en la nocturna. “La nocturna es mejor, ahí no hay quilombos…” pensaba. También había decidido ir por Miriam. La tercera es la vencida, dicen. Así que esta vez le tocaba ganar a ella. Le iba a partir la jeta. Estuvo todo el camino armando una estrategia para la batalla. Saltarle encima, agarrarla de los pelos, pegarle entre las tetas, que eso duele mucho.
Cuando llegó a la puerta del colegio, Miriam la estaba esperando rodeada de su séquito.
—¡¡¡Dale, vení, conchuda!!! —le gritó Belén descargando todo su odio.
Fue como el kiai de los karatecas. Corrieron hasta el medio de la calle. Un grupo de chicas las rodeó y gritaban a favor de una y de otra. Belén le saltó encima y cayeron al suelo. Logró embocarle dos buenas trompadas en la mandíbula. Mientras rodaban, sintió un pinchazo, un tremendo dolor agudo y dejó de golpear. Algo tibio le corría por las piernas. Quedó sentada tratando de entender. Se le nubló la vista. Sus manos eran una mancha roja, borrosa. Gisella pegó un grito que la asustó. Jessi la llamaba desde lejos. Levantó la cabeza, intentó hacer foco y vio a Miriam, que salía corriendo.
Sebastián Pandolfelli nació en la República de Lanús, en 1977. Es músico, compositor y escritor. Fue discípulo y “Lugarteniente” de Alberto Laiseca. Musicaliza el Ciclo de lecturas Carne Argentina desde 2006. Publicó “Rocanrol” (Cuento, Funesiana 2008 y 2012), “Choripán Social” (Novela, Wu Wei, 2012 y Tambo Quemado, Chile 2013), “Esa Básica Unidad” (Cuentos, Eloísa Cartonera, 2014), “Esquina de Diamante” (Poemas, Peces de Ciudad 2017) y “Diamante” (Relatos, Galerna 2017). Desde hace años coordina el taller “La Usina Parlante” del Colegio Carlos Pellegrini y otros espacios de creación literaria para jóvenes y adultos.
El camino de Belén forma parte del libro de relatos “Diamante”.