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Afganistán y el caos infinito

El pasado 8 de Julio el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, dijo desde la Casa Blanca: “No habrá ninguna circunstancia en la que verán gente despegando desde el techo de la embajada norteamericana en Afganistán”. Pero la afirmación duró poco más de un mes, ya que con asombro, espanto y preocupación occidente observó el 15 de agosto cómo los talibanes entraban a la ciudad capital de Afganistán, Kabul, y cómo las tropas norteamericanas y sus aliados de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) evacuaban a todo el personal que tenían trabajando en sus embajadas.

Los talibanes: ese grupo tribal y extremista islámico que vivía en las montañas afganas conocido por primera vez a nivel mundial debido a su valiente lucha contra las tropas de ocupación soviéticas (1978 hasta 1992), retratados con una épica que sólo Hollywood puede dar a través de una película: “Rambo 3” (1988). Conocidos más tarde, en 2001, por tener el control del gobierno afgano cuando el país fue invadido por Estados Unidos y sus aliados en represalia por los ataques del 11 de Septiembre a las Torres Gemelas. Ahora, una vez más, están en el centro de la escena mundial por recuperar su país mediante una avanzada militar en tiempo récord y contra ni más ni menos que la primera potencia armamentista mundial. Hay que decirlo claro: los talibanes expulsaron a las tropas de ocupación de EEUU casi 20 años después de su invasión.

Pero ¿cómo se llegó a este punto? ¿Cómo se explica que después de tanto tiempo las cosas estén casi como al inicio? La invasión de EEUU y sus aliados al territorio afgano se inició en el año 2001 con la excusa de buscar y capturar al líder del movimiento terrorista Al-qaeda, Osama Bin Laden, que era de origen saudí y fue posteriormente encontrado en su domicilio en Pakistán. La campaña militar se consideró un éxito rotundo para las “fuerzas de la libertad” y el gobierno talibán cayó en cuestión de meses ante el arrollador poder militar de la OTAN. Pero los talibanes no se extinguieron, sólo se retiraron a las montañas donde gracias a la geografía del país se hizo prácticamente imposible seguirles el rastro. Fue entonces donde comenzó la resistencia talibán, tal como habían hecho antes con la invasión soviética, pero ahora resistirían al invasor norteamericano. Dicha resistencia se basó en una guerra de guerrillas, es decir, en  el hostigamiento y ataques constantes al ejército norteamericano y al recientemente creado ejército afgano, que fue armado y entrenado por sus pares estadounidenses.

A lo largo de los casi 20 años de ocupación del país no todo fueron terribles noticias relacionadas con la guerra, también hubo avances, especialmente en los derechos sociales, ya que el régimen islámico impuesto por los talibanes desde 1996 contemplaba una interpretación extrema del islám y sobre todo la Sharía, que es el código de conducta mediante el cual se debe regir la vida de las personas en la sociedad. Este código es especialmente duro con los derechos civiles de las mujeres y niñas, impone una serie de castigos físicos e incluso la muerte si se infringen algunas de sus normas. Pero quedó abolido cuando se instauró un nuevo gobierno democrático en el país a partir de la invasión estadounidense. Muchas mujeres, por ejemplo, pudieron tener estudios y preparación básica e inclusive universitaria mientras duró el gobierno democrático afgano. Ahora todos esos derechos sociales adquiridos están en riesgo de ser suspendidos o directamente anulados, aunque el vocero de las milicias talibanas Suhail Shaheen declaró: “Las mujeres que lo deseen podrán recibir una educación, desde la primaria a la universidad. Hemos anunciado esta política durante conferencias internacionales, en la conferencia de Moscú y aquí en la conferencia de Doha”.

Si bien los talibanes están dando señales de una apertura gradual y ciertas concesiones en materias sociales con respecto de los derechos de las mujeres y la interpretación tan extrema del Islam, el futuro y el rumbo del país todavía es un gran incógnita. Una cosa es ganar un conflicto armado y otra muy diferente organizar un país en el aspecto económico, político, social y comercial. Lo cierto es que después de miles de millones de dólares invertidos por el gobierno norteamericano y 2400 muertos, Estados Unidos se retiró de Afganistán con más preocupaciones que certezas.

Perspectivas a futuro

El panorama actual en Kabul se ha vuelto impredecible: a la evacuación desordenada y apurada de las tropas y personal extranjero del país le ha seguido un éxodo de miles de afganos que han colaborado con las fuerzas extranjeras y están temerosos acerca de las represalias de los talibanes. El aeropuerto internacional de Kabul es el único lugar donde se puede salir del país, por lo tanto se ha convertido en el último sitio con presencia de las tropas de EEUU, que han puesto como fecha límite para su retirada total del país el día 31 de agosto.

La situación se agravó con los atentados terroristas del pasado jueves 26 de agosto en las inmediaciones del aeropuerto, en la zona controlada por EEUU, donde dos hombres con bombas pegadas al cuerpo las hicieron estallar causando una gigantesca explosión que se pudo observar desde varios puntos de la ciudad. El saldo de víctimas hasta el momento es de 13 soldados norteamericanos muertos y cientos de civiles afganos heridos. El presidente Joe Biden anunció que se buscará intensamente a los autores de este atentado, lo cual no descarta una extensión de la presencia de las tropas de EEUU en el país. El grupo que se responsabilizó por el ataque fue la rama afgana del Estado Islámico, el ISIS-K.

Parece que esta historia aún continúa y está lejos de terminar con la retirada de los “soldados de la libertad”. Afganistán es actualmente un terreno en disputa geopolítica con varias potencias interesadas, entre ellas China y Rusia,  por sus reservas de litio, minerales de tierras raras y sobre todo su elevada producción de amapola, planta con la que se fabrica heroína, una droga consumida principalmente en Europa y EEUU. Lo cierto es, que pase lo que pase con el rumbo del país, la zona de Asia Central es un autentico polvorín. Un estallido constante sobre la vida de las personas que nos lleva a reflexionar, una vez más, respecto del valor de la vida humana. 

Ángel Lozada nació en Callao, Perú, y desde hace quince años está radicado en Buenos Aires, Argentina. Es docente en escuela media.